HABLANDO DE AMOR
sábado, 7 de mayo de 2016
viernes, 6 de mayo de 2016
LA ALEGRÍA DEL AMOR
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
SOBRE EL AMOR EN LA
FAMILIA
Por
NICETO
BLÁZQUEZ, O.P.
El día 19 de marzo de 2016 el Papa Francisco
hizo pública su Exhortación Apostólica Amoris
laetitia sobre el amor en la familia. Esta forma de Magisterio ordinario lo
usan los papas principalmente para hacer ratificar las conclusiones más
importantes de los sínodos episcopales. En nuestro caso concreto, del último
sínodo de los obispos, celebrado en Roma en octubre del 2015, y que generó
muchas expectativas frívolas en los medios de comunicación social, por tratar
de algunas cuestiones relacionadas con los problemas de la vida matrimonial y familiar.
Como la misma palabra indica, el documento es una exhortación o invitación a reflexionar
sobre los problemas que afectan seriamente a las familias cristianas y el modo
pastoral de ayudarlas a resolverlos con fidelidad al Evangelio al filo de la
realidad pura y dura de cada día. Primero hago un recorrido rápido por los
nueve capítulos del presente documento, destacando algunas cuestiones que me
han parecido más relevantes para terminar haciendo algunas reflexiones
personales sobre el formato y contenido del mismo. La numeración de los
subtítulos que siguen corresponde a los títulos de los nueve capítulos de los
que consta el documento papal.
1. A la luz de la
Palabra
Francisco adelanta una breve
introducción en la cual dice que en esta Exhortación apostólica recoge los
aportes de los dos últimos sínodos sobre la familia “agregando otras
consideraciones que puedan orientar la reflexión, el diálogo o la praxis
pastoral”, dando aliento y ayuda moral a las familias cristianas en sus
dificultades, sobre todo cuando se encuentran en situaciones irregulares no
ajustadas al ideal del amor y de la
familia cristiana de acuerdo con los designios de Dios. El Papa advierte
contra la tentación de leer el texto apresuradamente, pero que comprende el que
los matrimonios se identifiquen más con los capítulos IV y V, los agentes
pastorales tengan particular interés en el VI y que todos ellos se encuentren
imbricados en el capítulo VIII. Dicho lo cual, empecemos ya nuestro paseo por
el capítulo I.
Se trata de un pequeño tratado
acerca del amor y la familia en la Sagrada Escritura. Comienza diciendo que la
Biblia está poblada de familias, generaciones, historias de amor, crisis
familiares y a veces situaciones violentas desde las primeras páginas del
Antiguo Testamento. No obstante, la vida matrimonial sigue con sombras pero
también con silencios luminosos, destacados por el propio Cristo refiriéndose al
capítulo segundo del Génesis. El matrimonio une las dos “carnes” no sólo
genéticamente a través de los hijos, sino también y sobre todo espiritualmente.
Después de un minucioso análisis de textos bíblicos llega a esta conclusión:
“Es verdad que estas imágenes reflejan la cultura de una sociedad antigua, pero
la presencia de los hijos es de todos modos un signo de plenitud de la familia
en la continuidad de la misma historia de la salvación”. Luego reflexiona sobre
textos del Nuevo Testamento y habla de la familia como si ésta fuera o debiera
ser una verdadera “iglesia doméstica,” y por lo mismo, sede de la presencia de
Cristo y de la catequesis de los hijos.
Siempre en el contexto de la Sagrada
Escritura, Francisco recuerda que “los padres tienen el deber de cumplir con
seriedad su misión educadora”. Más aún: “El Evangelio nos recuerda también que
los hijos no son una propiedad de la familia” sino que tienen tienen por
delante su propio camino de vida. De ahí que la misma vocación cristiana puede
implicar una separación razonable de sus padres para “cumplir con su propia
entrega al Reino de Dios”. En este sentido el hijo no puede ser nunca un objeto
de propiedad de los padres, como ocurría en las antiguas culturas paganas y
Cristo no reparó en presentar a los niños que se acercaban a Él casi como
maestros de los adultos.
El Salmo 128, dice el Pontífice,
presenta una imagen idílica del matrimonio, pero “no niega una realidad amarga
que marca todas las Sagradas Escrituras. Es la presencia del dolor, del mal, de
la violencia, que rompen la vida de la familia y su íntima comunión de vida y
amor”. No en vano el discurso de Cristo sobre el matrimonio según Mateo, “está
inserto dentro de una disputa sobre el divorcio”. El propio Cristo nació en una
familia que pronto tuvo que huir a tierra extranjera y fue muy sensible a las
ansias y tensiones de las familias como se refleja en sus parábolas y gestos espectaculares
de amoroso humanismo. En el número 22 escribe: “En este breve recorrido podemos
comprobar que la Palabra de Dios no se muestra como una secuencia de tesis
abstractas, sino como una compañera de viaje también para las familias que
están en crisis o en medio de algún dolor”.
Según la Biblia, el trabajo es fuente
de dignidad. De ahí que la desocupación y la inseguridad laboral sean motivos
de sufrimiento. Siempre fue así y Francisco remacha el clavo: “Es lo que la sociedad
está viviendo trágicamente en muchos países, y esta ausencia de fuentes de
trabajo afecta de diferentes maneras a la serenidad de las familias”. Cristo introdujo
el amor como carnet de identidad de sus seguidores y el fruto más sazonado del
mismo son la misericordia y el perdón. Esto es como la piedra angular de la
convivencia matrimonial y familiar, en cuyo contexto llama la atención la insistencia
del Pontífice en la necesidad del oportuno intercambio de gestos amorosos impregnados
de ternura, específicos en el contexto de la convivencia matrimonial.
Biblicamente hablando, el icono más bello y ejemplar es la familia de Nazaret
donde nació y creció Cristo entre las amenazas de Herodes, que obligaron a José y María a emigrar a tierra extranjera como prófugos desechados e
inermes.
2. Realidad y desafíos
de las familias
El Papa dice que asume y formatea
las cuestiones que han discutido los Padres sinodales “agregando otras
preocupaciones que provienen de mi
propia experiencia”. El egoísmo de nuestra cultura individualista y la ansiedad
causada por la organización del trabajo contribuyen a convertir a los
ciudadanos en meros clientes que sólo exigen prestaciones de servicios.
Trasvasada esta mentalidad al campo de la familia, se tiende a vivir “como si
más allá de los individuos no hubiera verdades, valores, principios que nos
orienten, como si todo fuera igual y cualquier cosa debiera permitirse. En este
contexto el ideal matrimonial, con un compromiso de exclusividad y de
estabilidad, termina siendo arrastrado por las conveniencias circunstanciales y
por los caprichos de la sensibilidad”.
Es verdad que no tiene sentido
quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso
pudiéramos cambiar algo. Pero “tampoco sirve pretender imponer normas por la
fuerza de la autoridad. Nos queda un esfuerzo más responsable y generoso, que
consiste en presentar las razones y las motivaciones para optar por el
matrimonio y la familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a
responder a la gracia que Dios les ofrece”.
Después de invitar a la humildad
personal y el realismo de la vida denuncia que “con frecuencia presentamos el
matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y
el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el
deber de la procreación”. Y más adelante: “Otras veces, hemos presentado el
ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente
construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de
las familias reales. Por otra parte, no basta actualmente insistir en
cuestiones doctrinales, bioéticas y morales sin motivar la apertura a la gracia.
Hay que presentar el matrimonio más como un camino de desarrollo y realización
que como un peso a soportar toda la vida. Además, estamos llamados a formar las
conciencias de los fieles pero no a pretender sustituirlas. Igualmente, hay que
evitar estar siempre a la defensiva. Por el contrario, hay que proponer el
ideal del matrimonio cristiano como Cristo lo hacía, proponiéndolo sin reducir
exigencias pero al mismo tiempo sin “perder la cercanía compasiva con los
frágiles, como la samaritana o la mujer adúltera”. Y hemos de tener mucho cuidado
para no malinterpretar las cosas como si fuera legítimo aplicar a los problemas
familiares la cultura dominante de lo provisorio y caduco. Textualmente: “Creen
que el amor, como en las redes sociales, se puede conectar o desconectar a
gusto del consumidor e incluso bloquear rápidamente”. Y poco después: “Se
traslada a las relaciones afectivas lo que sucede con los objetos y el medio
ambiente en que todo es descartable”. Pero quien utiliza egoistamente a los demás
tarde o temprano termina siendo utilizado y abandonado. Con una concepción
romántica y de utilidad económica, el matrimonio y la familia no van a parte
ninguna como no sea al fracaso.
En este contexto el Pontífice hace
un análisis crítico sin desperdicio de la afectividad narcisista, del daño de
la pornografía como mercancía del cuerpo humano y del impacto negativo del uso
desequilibrado de Internet como lugar de cita de todo lo mejor y más de lo
peor. Todos estos factores contribuyen poderosamente hoy día a que la gente no
aprenda a crecer en el verdadero amor quedándose “en los estados primarios de
la vida emocional y sexual”. Todo lo cual constituye un flaco servicio al
matrimonio y la familia.
En su análisis pormenorizado de
circunstancias hostiles a la maduración y crecimiento del amor conyugal reconoce
que el avance de las biotecnologías también ha tenido un fuerte impacto sobre
la natalidad. El Papa es muy consciente de los gravísimos problemas de
humanización que esas técnicas llevan consigo tal como se están llevando
masivamente a cabo. Sin olvidar a los niños nacidos fuera del matrimonio, la
explotación sexual de la infancia y los denominados niños de la calle. Por otra
parte está el fenómeno de las migraciones de familias huyendo de las
persecuciones políticas o religiosas. Hay muchas familias probadas con la
aparición de hijos discapacitados, o hundidas en la miseria material. Y si todo
esto y mucho más fuera poco, la extrema pobreza y otras situaciones de
desintegración, “inducen a veces a las familias incluso a vender a sus propios
hijos para la prostitución o el tráfico de órganos”.
El Papa hace suya la información de
los obispos sinodales sobre la falta de comunicación entre padres e hijos por
razones de cansancio laboral, adicción a las redes sociales y ansiedad frente
al futuro con olvido del presente. Sin olvidar el alcoholismo, la
drogodependencia y las situaciones de desatada violencia y rencor en el seno de
las propias familias por motivos inconfesables. Luego están la poligamia y los
matrimonios combinados y lo que es más: “Avanza en muchos países una
desconstrucción jurídica de la familia que tiende a adoptar formas basadas casi
exclusivamente en el paradigma de la autonomía de la voluntad. Si bien es legítimo
y justo que se rechacen viejas formas de familia “tradicional”, caracterizadas
por el autoritarismo e incluso por la violencia, esto no debería llevar al
desprecio del matrimonio sino al redescubrimiento de su verdadero sentido y a
su renovación. La fuerza de la familia reside esencialmente en su capacidad de
amar y enseñar a amar. Por muy herida que pueda estar una familia, esta puede
crecer gracias al amor”.
En el número 54 el Pontífice apela
al realismo. Por supuesto que hay cosas que actualmente han mejorado, pero no
tanto como fuera de desear. La violencia conyugal, por ejemplo, tanto verbal
como física y sexual es una triste realidad que ensombrece todos los días la
luz natural del matrimonio y la familia. Sin mencionar el término árabe, hace
referencia explícita a la mutilación genital de las mujeres árabes. Hablando de
las injustas desigualdades hace esta matización: “La historia lleva las huellas
de los excesos de las culturas patriarcales, donde la mujer era considerada de
segunda clase, pero recordemos también el alquiler de vientres o la
instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino en la actual cultura
mediática”.
El número 56 resulta particularmente
atractivo e interesante porque tiene como principio de referencia ontológica la
diferencia entre persona y personalidad. Es claro que todos somos iguales, pero
sólo hasta donde empezamos a ser diferentes. Todos en efecto, hombres y mujeres,
somos iguales como personas; pero muy desiguales en personalidad. No es este el
momento de explicar esta afirmación porque nos llevaría muy lejos, pero el Papa
aplica esta distinción magistralmente con palabras sencillas a los problemas
familiares derivados de una ideología malsana sobre la igualdad y desigualdades
entre las personas humanas. Por su importancia y oportunidad me limito a
reproducir íntegramente el nº 56.
“Otro desafío surge de diversas
formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que «niega la diferencia y la reciprocidad natural de
hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía
el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos
educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y
una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica
entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción
individualista, que también cambia con el tiempo». Es inquietante que algunas
ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces
comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine
incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que « el sexo biológico
(sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no
separar».
Por otra parte, «la revolución
biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la
posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de
la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como
la paternidad y la maternidad, se han convertido en realidades componibles y
descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las
parejas». Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la
vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los
aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender
sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos
precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a
custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla
como ha sido creada”.
El capítulo termina con una
invitación al realismo. En la vida matrimonial y familiar hay muchas sombras
pero también muchas luces amorosas y resplandecientes. Por lo mismo, “no
caigamos en la trampa de desgastarnos en lamentos autodefensivos, en lugar de
despertar una creatividad misionera”.
3. La mirada puesta en
Jesús: vocación de la familia
El capítulo tercero, dice Francisco,
es “una síntesis de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la
familia”. Pero no como una mera defensa de doctrina fría y sin vida, sino como
un anuncio del amor de Dios y de ternura a la luz del Evangelio.
Sustancialmente no hay en este capítulo nada nuevo en cuanto a su contenido,
pero sí en cuanto al estilo pastoral de proclamarlo. Me limito a recordar
algunas afirmaciones que más me han llamado la atención por su talente realista
y pastoral.
Jesús renueva y lleva a su plenitud
el proyecto divino. En este contexto el matrimonio es un regalo “y ese regalo de Dios incluye la sexualidad”.
Sobre la indisolubilidad original del matrimonio no hay margen para negociaciones
caprichosas. La encarnación del Verbo en una familia humana en Nazaret conmueve
con su novedad la historia del mundo. Remata el análisis bíblico con estas
palabras del beato Pablo VI: “Lección de vida doméstica. Enseñe Nazaret lo que
es la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter
sagrado e inviolable; enseñe lo dulce e insustituible que es su pedagogía;
enseñe lo fundamental e insuperable de su sociología”.
Luego el Pontífice nos da un paseo
por diversos documentos del Magisterio de la Iglesia sobre el matrimonio y la
familia desde el Concilio Vaticano II hasta Benedicto XVI. Hablando del
matrimonio como sacramento destaca que “el sacramento del matrimonio no es una
convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso”. El
matrimonio cristiano es una vocación específica y por lo mismo, “la decisión de
casarse y de crear una familia debe ser fruto de un discernimiento vocacional”.
En este contexto:”La unión sexual, vivida de modo humano y santificada por el
sacramento, es a su vez camino de crecimiento en la vida de la gracia para los
esposos”. El valor de la unión de los cuerpos está expresado en las palabras
del consentimiento, donde se aceptaron y se entregaron el uno al otro para
compartir toda la vida”. Así las cosas, la sexualidad matrimonial tiene un
significado específico y queda liberada de cualquier ambigüedad. El Pontífice
comenta la importancia de que sean los propios contrayentes los ministros del
sacramento. Por lo demás, los padres sinodales destacaron el hecho de que “el
orden de la redención ilumina y cumple el de la creación. El matrimonio
natural, por tanto, se comprende plenamente a la luz de su cumplimiento
sacramental”.
En el matrimonio natural se dan cita
la unidad, la apertura a la vida, la fidelidad y la indisolubilidad, todo lo
cual se consolida y ennoblece aún más en el sacramento del matrimonio. Incluso
fuera del verdadero matrimonio natural sin ser sacramento, a pesar de las
sombras que puedan haber, pueden encontrase valores humanos universales y los
agentes de la pastoral matrimonial han de tenerlo también en cuenta.
Hechas estas aclaraciones, el texto
papal habla de fieles que simplemente conviven. Otros han contraído matrimonio
sólo civil. Por otra parte están los divorciados que se han vuelto a casar. Estas
formas de convivencia matrimonial son imperfectas porque no se ajustan al ideal
de perfección propuesto por Dios y reflejado en el Evangelio. Pero ello no
justifica que las personas así unidas sean pastoralmente olvidadas y
abandonadas a su mala suerte, lo cual tampoco cuadra con el amor de Dios y su
insondable misericordia sin discriminaciones personales.
El Pontífice apuntala el número 78
con estas palabras que no tienen pastoralmente desperdicio: “Cuando la unión
alcanza una estabilidad notable mediante un vínculo público –y está connotada
de afecto profundo, de responsabilidad por la prole, de capacidad de superar
las pruebas – puede ser vista como una oportunidad para acompañar hacia el
sacramento del matrimonio, allí donde sea posible”.
Por otra parte, el grado de
responsabilidad no es igual en todos los casos y puede haber muchos factores
que limiten la capacidad de decisión. De ahí que los agentes pastorales hayan de
aprender a presentar el ideal del matrimonio cristiano con claridad y sin
rebajas de temporada, pero al mismo tiempo evitando juicios personales que no
tienen en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, prestando atención
al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición.
En este mismo contexto el documento
papal presta particular atención al quehacer matrimonial de transmitir la vida
y educar a los hijos. El ambiente social y cultural reinante no favorece el
ejercicio responsable de estas dos funciones vitales y el Papa insiste en la
opción cristiana como la mejor, recordando que el matrimonio debe ser por
encima de todo una comunidad conyugal de vida y amor. En cualquier caso, ya se
trate del matrimonio simplemente natural o de su culminación en el matrimonio
cristiano y sacramental, esta unión está
ordenada a la generación por su propio carácter natural. “El niño que llega no
viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo
de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento. No aparece al final de
un proceso, sino que está presente desde el inicio del amor como una
característica esencial que no puede ser negada sin mutilar al mismo amor”.
Desde el comienzo el amor verdadero
entre los esposos “rechaza todo impulso de cerrarse en sí mismo, y se abre a
una fecundidad que lo prolonga más allá de su propia existencia. Entonces,
ningún acto genital de los esposos puede negar este significado, aunque por
diversas razones no siempre pueda de hecho engendrar una nueva vida”. Dios
encomendó a los casados como quehacer específico la responsabilidad del futuro
de la humanidad a través de la transmisión de la vida humana. Todo esto choca
con una mentalidad obsesionada por modelar la institución matrimonial a la
medida del gusto e intereses egoístas de los consumidores.
El Pontífice remata el nº 82 con
pocas palabras para que el buen entendedor entienda el significado realista de
las mismas. Nada nuevo pero es indispensable recordarlo para que quienes no lo
saben lo aprendan y quienes ya lo saben no lo olviden: “En este contexto-
matiza Francisco- no puedo dejar de decir que, si la familia es el santuario de
la vida, constituye una contradicción lacerante que se convierta en el lugar
donde la vida es negada y destrozada… de ningún modo se puede plantear como un
derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto
a esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de
dominio de otro ser humano. La familia protege la vida en todas sus etapas y
también en su ocaso. Por eso, a quienes trabajan en las estructuras sanitarias
se les recuerda la obligación moral de la objeción de conciencia. Del mismo
modo, la Iglesia no sólo siente la urgencia de afirmar el derecho a la muerte
natural, evitando el ensañamiento terapéutico y la eutanasia, sino también
rechaza con firmeza la pena de muerte”.
Por lo que se refiere al deber de
educar a los hijos el Pontífice recuerda que la educación integral de los hijos
es una obligación muy grave y un derecho primario de los padres. El Estado
tiene una función subsidiaria en esta materia y nunca puede suplantar a la
familia, cuya función educativa básica es indelegable. Pero también en este
campo las relaciones familia-Estado han entrado en una crisis profunda y la
Iglesia tiene que acompañar y estar al lado de las familias cuando el Estado
abusa de sus atribuciones educativas ejerciendo derechos en ese campo que no le
corresponden.
4. El amor en el matrimonio
Como dije al principio, este
capítulo y los dos siguientes son los más recomendados por el propio
Pontífice y en ellos se explaya a sus
anchas de una manera muy personalizada. La palabra amor es una de las más
utilizadas y desfiguradas del diccionario y cuando tal desfiguración tiene
lugar en el contexto del amor matrimonial las consecuencias son muy malas. En
el amor matrimonial podemos encontrar formas muy bellas y admirables de
conducta, pero también otras que son corruptas y hasta patológicas. Para poner
las cosas en su sitio de una manera realista el Pontífice empieza haciendo un
análisis exegético y psicológico del célebre himno a la caridad de S. Pablo.
En la vida familiar hemos de tener
mucha paciencia sin dejarnos arrastrar por los impulsos agresivos. Dios es
infinitamente paciente y misericordioso con el pecador y en ello manifiesta su
poder. Lo cual no significa que tengamos que permitir que los demás nos
maltraten continuamente o que hayamos de tolerar y aguantar las agresiones
físicas, o que nos traten como meros objetos. No podemos esperar que las
relaciones conyugales y familiares sean celestiales. El amor conyugal ha de ser
comprensivo y compasivo con las debilidades humanas de los demás. Cuando no se
tiene en cuenta esto la familia corre el riesgo de convertirse en un campo de
batalla. El amor no es sólo un
sentimiento sino que lleva consigo el hacer bien a los demás. El pago del amor
verdadero es la felicidad inherente a toda buena obra pensando en el bien de
los demás a fondo perdido. ¿Envidia o tristeza por el bien ajeno? La envidia es
como un gusano maligno que carcome nuestra existencia. ¿Cómo compaginar el amor
de un hombre y una mujer unidos en matrimonio con la tristeza del uno por la
felicidad del otro? La envidia y el amor son psicológicamente incompatibles y
más aún en las relaciones conyugales y familiares.
Y que nadie se suba a la parra erigiéndose en
modelo y maestro de los demás. Cada cual en su casa tiene sus propias virtudes
y sus defectos. Según el Evangelio y la experiencia de la vida, la cosa está
clara: los que se ensalzan a sí mismos por encima de los demás, por la misma
regla de tres serán humillados. El Papa insiste en la necesidad de tener
siempre en alza la amabilidad y la ternura. En la vida familiar hay que evitar
toda palabra y todo gesto que humille, que genere tristeza, que irrite o
signifique desprecio. “En la familia hay que aprender este lenguaje amable de
Jesús”.
Hablando del necesario desprendimiento
para amar, hay que evitar dar prioridad al amor a nosotros mismos por encima del
amor a los demás. Mala cosa es la avaricia para con nosotros mismos. En este
contexto recuerda unas palabras de santo Tomás de Aquino cuando explica “que
pertenece más a la caridad querer amar que ser amado, y que, de hecho, las
madres, que son las que más aman, buscan más amar que ser amadas”. El amor que
hemos recibido gratis de Dios hay que darlo también gratis a los demás y esto
adquiere un significado específico en las relaciones conyugales y familiares.
El amor es también incompatible con
las reacciones bruscas ante las debilidades o errores de los demás. Hay que
cuidar de no caer en la trampa de la violencia interior con el uso de expresiones
de indignación por un quítame de ahí esas pajas. No es que sentir esa indignación
rabiosa sea en sí mismo malo. Los sentimientos de agresividad son naturales y
muchas veces comprensibles. Lo que es incompatible con el amor es consentirlos
y dejarnos arrastrar por ellos. En este sentido el Papa gusta decir a los
cónyuges que no terminen nunca el día sin hacer las paces en la familia. Y no
es cuestión de ponerse de rodillas ante nadie. La experiencia enseña que un
pequeño gesto amoroso e insignificante puede devolver la paz conyugal mucho
mejor que las explicaciones forzadas y retóricas.
Por otra parte, el rencor es como
una carcoma sicológica que sólo tiene remedio con el perdón, pedido y ofrecido
recíprocamente. El Pontífice recuerda con mucho realismo a este respecto que es
prácticamente imposible perdonar a los demás si previamente no hemos querido
reconocer y aceptar el perdón y la misericordia de Dios para con nosotros
mismos. En este contexto los sentimientos de venganza tienen el terreno abonado
para dar sus frutos indeseables. “Hoy
sabemos, recuerda Francisco, que para poder perdonar necesitamos pasar por la
experiencia liberadora, de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos”. El
buscar chivos expiatorios para nuestros errores es un falso alivio y un engaño.
Lo que realmente alivia y da vida es la misericordia y el cariño de Dios Padre,
que no se compra ni se paga. Con buen fundamento semántico de las palabras, el
Papa recuerda que el alegrarse con el mal ajeno viendo que se comete alguna
injusticia contra alguien, es una actitud moral venenosa que ha de ser desterrada
de la vida conyugal y familiar. Por lo demás, eso de que la caridad ha de disculparlo todo no casa con la contracultura
actual del amor.
El Pontífice explica cómo disculpar
y reconocer atenuantes en la conducta de las personas no significa ser ingenuos,
favoreciendo cualquier trato injusto recibido. Disculpar no significa darlo
todo por bueno como si no hubiera personas con mala intención o que se
aprovechan malignamente de la bondad de los demás. El amor convive con la
imperfección, reconoce la existencia de atenuantes y sabe guardar silencio
saludable ante las comprensibles debilidades de la persona amada. Eso es
tolerar en nombre del amor y no comulgar con ruedas de molino.
¿Confianza entre los cónyuges? El
amor verdadero (no el patológico) no ata a nadie contra su voluntad sino que
genera amplios márgenes de confianza. En este sentido el Papa escribe: “El amor
confía, deja en libertad, renuncia a controlarlo todo, a poseer, a dominar”. De
ahí la posibilidad de abrir ventanas de apertura al mundo más allá del reducido
círculo familiar.
En esta misma línea la familia sana
es como un nido de esperanza “porque incluye la certeza de una vida más allá de
la muerte”. Desde esta perspectiva se comprende que en la trinchera de la
familia sea posible soportar situaciones duras de la vida y más aún ambientes
sociales hostiles. El Papa remata el número 119 con estas palabras: “El amor no
se deja dominar por el rencor, el desprecio hacia las personas, el deseo de
lastimar o de cobrarse algo. El ideal cristiano, y de modo particular en la
familia, es amor a pesar de todo. A veces me admira, por ejemplo, la actitud de
personas que han debido separarse de su cónyuge para protegerse de la violencia
física y, sin embargo, por la caridad conyugal que sabe ir más allá de los
sentimientos, han sido capaces de procurar su bien, aunque sea a través de
otros, en momentos de enfermedad, de sufrimiento o de dificultad. Eso también
es amor a pesar de todo”.
Una vez terminado el análisis del
canto paulino al amor pasa a la aplicación práctica del mismo en la vida
familiar. De entrada dice que el matrimonio “es una unión afectiva, espiritual
y oblativa, pero que recoge en sí la ternura de la amistad y la pasión erótica,
aunque es capaz de subsistir aun cuando los sentimientos y la pasión se
debiliten”. El Papa deja claro en su larga exposición de que el amor
matrimonial y sus aditivos eróticos no permiten confundir dicho amor con el
amor sexual ni de enamoramiento, que son etapas transitorias y no esenciales al
amor. Por otra parte, está el carácter sacramental del matrimonio plenamente
cristiano. A este respecto escribe: “Sin embargo, no conviene confundir planos
diferentes: no hay que arrojar sobre dos personas limitadas el tremendo peso de
tener que reproducir la unión que existe entre Cristo y su Iglesia, porque el
matrimonio como signo implica un proceso dinámico, que avanza gradualmente con
la progresiva integración de los dones de Dios”.
Hablando de cómo la vida conyugal es
toda ella un proyecto en común, el Papa recuerda unas palabras áureas de santo
Tomás de Aquino al respecto, cuando dice que después del amor que nos une a
Dios, el amor conyugal es la máxima amistad compartida. A esa amistad personal
de excelencia el matrimonio agrega la exclusividad indisoluble y de por vida de
toda su existencia. De hecho, matiza él, mientras dos personas están
auténticamente enamoradas y viven ya anticipadamente la alegría del amor
conyugal, no piensan en comprometerse provisoriamente sino de forma definitiva
a pesar de las dificultades que puedan surgir. La unión que cristaliza en la
promesa matrimonial para siempre es una exigencia de las inclinaciones
espontaneas y profundas de la persona humana, y no una mera formalidad social o
una tradición cultural, aunque muchos piensen lo contrario. El amor que se rinde
ante lo provisorio es un amor débil o enfermo.
En este contexto me parece oportuno
reproducir unas palabras del número 125 del documento papal: “El matrimonio,
además, es una amistad que incluye las notas propias de la pasión, pero
orientada siempre a una unión cada vez más firme e intensa. Porque (Vaticano
II) no ha sido instituido solamente para la procreación sino para que el amor
mutuo se manifieste, progrese y madure
según un orden recto”. Se trata de una amistad peculiar entre hombre y mujer,
que por ser totalizadora, es también exclusiva, fiel y abierta a la generación.
“Se comparte todo, aún la sexualidad, siempre con el respeto recíproco”. El
matrimonio verdadero lleva consigo alegría y belleza que brotan de la amplitud
del corazón. Ese amor se llama caridad cuando lo que se ama es el alto valor de
la persona humana como imagen de Dios, cuya grandeza y dignidad está más allá
de los eventuales atractivos físicos o psicológicos. El amor conyugal implica
el gusto de valorar y contemplar lo bello y sagrado del ser personal del
cónyuge más allá de necesidades y caprichos egoístas. “El amor abre los ojos y
permite ver, más allá de todo, cuánto vale un ser humano”. Desde esta experiencia
incluso el dolor, reciclado en el amor, puede convertirse en una fuente de
experiencia amorosa alegre y feliz. El matrimonio está por encima de toda moda
cultural o de mero contrato social. “Su esencia está arraigada en la naturaleza
misma de la persona humana y de su carácter social”.
Dada la importancia de la institución
matrimonial, la decisión de casarse no ha de tomarse de forma apresurada ni
postergarla indefinidamente. Como reza el dicho popular, cada cosa en su tiempo
y los nabos en Adviento. En la convivencia conyugal y familiar Francisco
destaca la importancia de acostumbrase a utilizar las palabras: permiso,
gracias y perdón. Por lo demás, el matrimonio no es algo que se hace
social y o ritualmente y hecho está. Por el contrario, es algo que se
siembra, crece y madura con la vida. Con la autoridad de S. Pablo y de santo
Tomás de Aquino acuestas Francisco escribe: “El amor matrimonial no se cuida
ante todo hablando de la indisolubilidad como una obligación, sino afianzándolo
gracias a un crecimiento constante bajo el impulso de la gracia. El amor que no
crece comienza a recorrer riesgos, y sólo podemos crecer respondiendo a la
gracia divina con más actos de amor, con actos de cariño más frecuentes, más
intensos, más generosos, más tiernos, más alegres”.
Pero fuera “fantasías sobre un amor idílico
y perfecto, privado de todo estímulo para crecer. “La propaganda consumista
muestra una fantasía que nada tiene que ver con la realidad que deben afrontar,
en el día a día, los jefes y jefas del hogar. Es más sano aceptar con realismo
los límites, los desafíos o la imperfección, y escuchar el llamado acrecer
juntos, a madurar el amor y a cultivar la solidez de la unión, pase lo que
pase”.
Sobre la importancia del diálogo
entre los cónyuges Francisco destaca su importancia y la dificultad de llevarlo
a cabo. Hay parejas que terminan sin poder verse ni hablarse. Pero sin llegar a
esos extremos, lo normal y deseable es que estén siempre dispuestas a hablar
–no discutir- para entenderse cada vez mejor. El Papa reconoce de entrada que “varones
y mujeres, adultos y jóvenes, tienen maneras distintas de comunicarse, usan
lenguaje diferente, se mueven con otros códigos. El modo de preguntar, la forma
de responder, el tono utilizado, el momento y muchos factores más, pueden
condicionar la comunicación”.
No obstante, siempre es posible
desarrollar actitudes que son expresión de amor y hacen posible el diálogo
respetuoso y constructivo. Por ejemplo, para escuchar con interés y paciencia
al otro. Para ello hay que “despojarse de toda prisa, dejar a un lado las
propias necesidades y urgencias y hacer espacio”. Esto es lo que el Pontífice
denomina “ascesis de no empezar a hablar antes del momento adecuado”. Sabemos
por experiencia que muchas veces sobran los consejos y que lo que las personas
necesitan es que alguien las escuche con paciencia y respeto. Todo lo demás
viene por añadidura. Ahora bien, para escuchar al otro es indispensable fijar
la atención en la grandeza e importancia de su persona y ponerse en su lugar de
indigencia informativa o afectiva.
La convivencia resulta difícil sin
una mente abierta para evitar encerrarse con obsesión en unas pocas ideas. En
la vida conyugal se ha de vitar también confundir unidad con uniformidad
liberándose de la obligación de ser en todo iguales. Sin olvidar la capacidad
de expresar cada uno sus sentimientos y convicciones sin lastimar, utilizando un
lenguaje adecuado sin descargar la ira como forma de venganza y evitando “un
lenguaje moralizante que sólo busque agredir, ironizar, culpar, herir”. Las
discusiones son muy malas consejeras. Hay que cultivar gestos de afecto
superando la fragilidad que nos lleva a tener miedo al otro como si fuera un
competidor. “Es muy importante fundar la propia seguridad en opciones
profundas, convicciones o valores, y no en ganar una discusión o en que nos den
la razón”.
Desde el nº 142 hasta el final del
capítulo IV el Pontífice se despacha a placer con un análisis psicológico,
ético y pastoral que no tiene desperdicio. En dichos números habla del amor
apasionado en la vida matrimonial. Para empezar nos remite al Concilio Vaticano
II cuando habla de la dignidad peculiar de las expresiones del cuerpo humano,
como signos específicos de la verdadera amistad conyugal. Hasta los místicos
más auténticos encuentran símbolos en el amor conyugal más que en otras formas
de amistad.
El ser humano es un viviente cargado
de pasiones y emociones. Como decía santo Tomás, experimentar una emoción no es
algo moralmente bueno ni malo en sí mismo. Lo malo moralmente está en la
decisión libre de alimentar pasiones y sentimientos de maldad, como sería
casarse con una persona por pura satisfacción egoísta y no por el amor a la
persona, que ha de prevalecer por encima de los gustos y los disgustos. La
Iglesia ha sido considerada a veces como aguafiestas de la felicidad
sentimental. Como dice Benedicto XVI,
“no han faltado exageraciones o ascetismos desviados en el cristianismo,
pero la enseñanza oficial de la Iglesia, fiel a las Escrituras, no rechazó el eros como tal, sino que declaró guerra
a su desviación destructora, puesto que la falsa divinización del eros lo priva
de su dignidad divina y lo deshumaniza”. Es obvio que lo que se condena no es
el eros sino el erotismo o corrupción del eros. Claro que la educación de la
emotividad y del instinto es necesaria y exige límites. Pero ello “no implica
renunciar a instantes de intenso gozo” en la vida matrimonial.
Tratándose de la dimensión erótica y
de la vida sexual del matrimonio, hay que rechazar cualquier resabio maniqueo,
como si en esta materia todo fuera malo y desechable. “De ninguna manera
podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un
peso a tolerar por el bien de la familia, sino como don de Dios que embellece
el encuentro de los esposos”. El sexo es un don y una necesidad y lo que hay
que hacer es dignificarlo pasándolo por el espejo de la dignidad humana. No es
cuestión de rechazarlo como malo en sí mismo sino de humanizarlo. Este es el
gran reto de la educación sexual en general y en el matrimonio.
Por lo demás, en la vida sexual
existen a veces patologías y formas humillantes de egoísmo, como cuando los
esposos se tratan mutuamente como un objeto sexual de usar y tirar. Tampoco
puede aceptarse una relación sexual matrimonial forzada por los intereses
egoístas de los cónyuges. La convivencia sexual en el matrimonio es un asunto
muy serio que requiere mucho respeto personal y mutuo acuerdo entre las partes.
“Es importante ser claros en el rechazo de toda forma de sometimiento sexual”. La
pertenencia de los esposos es mutua y libremente elegida en base al bien
incondicional de ambos sin otro pago que la reciprocidad respetuosa y amorosa.
Reproduzco literalmente el nº 157. “Sin
embargo, el rechazo de las desviaciones de la sexualidad y del erotismo nunca
debería llevarnos a su desprecio ni a su descuido. El ideal del matrimonio no
puede configurarse sólo como una donación generosa y sacrificada, donde cada
uno renuncia a toda necesidad personal y sólo se preocupa por hacer el bien al
otro sin satisfacción alguna. Recordemos que un verdadero amor sabe también
recibir del otro, es capaz de aceptarse vulnerable y necesitado, no renuncia a
acoger con sincera y feliz gratitud las expresiones corpóreas del amor en la
caricia, el abrazo, el beso y la unión sexual. Benedicto XVI era claro al
respecto: «Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne
como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su
dignidad». Por esta razón, «el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del
amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y siempre, también debe
recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don». Esto supone,
de todos modos, recordar que el equilibrio humano es frágil, que siempre
permanece algo que se resiste a ser humanizado y que en cualquier momento puede
desbocarse de nuevo, recuperando sus tendencias más primitivas y egoístas”. Una
vez más se rechaza aquí cualquier connotación maniquea en esta cuestión.
El Pontífice pone fin al capítulo IV
hablando de matrimonio, virginidad, celibato y transformación del amor de cara
al futuro. En base a una selecta documentación bíblica y teológica explica cómo
y en qué sentido la virginidad es una forma complementaria de amar y aclara
cómo se ha de entender correctamente aquello del estado de perfección. La
virginidad tiene su propio valor simbólico amoroso y teológico y el estado
matrimonial tiene los suyos. “La virginidad y el matrimonio son, y deben ser,
formas diferentes de amar, porque el hombre no puede vivir sin amor”. En este
contexto “el celibato corre el peligro de ser una cómoda soledad”, y en ese
caso “resplandece el testimonio de las personas casadas”.
Teniendo en cuenta los factores que
contribuyen actualmente a la prolongación de la media de vida de las personas
en los países desarrollados, el Papa previene contra la tentación de rebajar el
amor matrimonial a los días gozosos de la juventud como si con el
envejecimiento físico y psíquico dilatado desapareciera nuestra esencia
personal, olvidando que el sujeto del amor es la persona y no su personalidad
gloriosa y pasajeramente deslumbrante. El Papa advierte que la superación de
este obstáculo en la consolidación del amor matrimonial será muy difícil en la
práctica sin la ayuda moral de la gracia cristiana.
5.
Amor que se vuelve fecundo
El matrimonio no se agota en la
pareja sino que se alarga en la generación y acogida de la vida. “Sin embargo,
numerosos niños desde el inicio son rechazados, abandonados, les roban su
infancia y su futuro”. Es vergonzoso oír decir que fue un error que vinieran al
mundo”. Se castiga así brutalmente a los niños por los errores de los adultos”.
La familia numerosa es una alegría pero, como decía S. Juan Pablo II, “la
paternidad responsable no es procreación ilimitada o falta de conciencia de lo
que implica educar a los hijos, sino más bien la facultad que los esposos
tienen de usar su libertad inviolable de modo sabio y responsable, teniendo en
cuenta tanto las realidades sociales y demográficas, como su propia situación y
sus deseos legítimos”. Con su maternidad la mujer participa del misterio de la
creación, que se renueva en la generación humana.
La mujer embarazada puede participar
de ese proyecto de Dios soñando a su hijo. Es más: “con los avances de las
ciencias hoy se puede reforzar ese sueño feliz conociendo de antemano todas las
características somáticas inscritas en su código genético ya en estado
embrionario”. Así las cosas, los buenos padres esperan y acogen al hijo porque
es su hijo y no por otros motivos inconfesables o egoístas. Los padres deben
aceptar y acoger al hijo sólo por amor, gratuitamente y sin condiciones, que es
como Dios Padre nos acoge a todos nosotros. Francisco pide a las madres en
marcha que no empañen la alegría de la vida y grandeza de su maternidad. Pero
“sin obsesionarse”. Todo niño tiene derecho natural sin excepción “a recibir el
amor de una madre y de un padre, ambos necesarios para su maduración íntegra y
armoniosa”. El hijo no puede ser reducido a un mero capricho de posesión
egoísta. “El sentimiento de orfandad que viven hoy muchos niños y jóvenes,
matiza el Papa, es más profundo de lo que pensamos” y añora la presencia
materna. “Valoro, dice, el feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación
de la maternidad”. Una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana.
Lo dicho sobre la necesidad de la
presencia materna en la acogida y educación de los hijos vale para la presencia
de la figura paterna. Cuando falta la presencia de los padres con su
personalidad masculina y femenina bien definida, la maduración y la felicidad
de los hijos resultan muy difíciles. No en vano se habla ya de sociedad sin
padres. Pero al mismo tiempo hay que evitar dos extremos odiosos de esa presencia
paterna: el paternalismo autoritario y el dejar a los niños abandonados al
ritmo de sus instintos y caprichos emocionales. En este contexto las ofertas de
distracción que ofrecen hoy día los medios de comunicación suelen hacer con
frecuencia las veces de aquellos padres irresponsables que se desentienden de
sus deberes esenciales para con sus hijos. Pero cada cosa en su sitio. “Decir
presente no es lo mismo que decir controlador. Porque los padres demasiado
controladores anulan a sus hijos”.
Hablando
de la maternidad ampliada cabe destacar los siguientes tópicos. Muchas parejas
no pueden tener hijos y ello es causa de sufrimiento. Por otra parte, “sabemos
también que el matrimonio no ha sido instituido solamente para la procreación”.
Más aún, “la maternidad no es una realidad exclusivamente biológica, sino que
se expresa de diversas maneras”.
En este contexto el Pontífice habla
de la adopción “sobre todo en los casos de hijos no deseados o en orden a
prevenir el aborto o el abandono”. En cualquier caso “el interés superior del
niño debe primar en los procesos de adopción y acogida”. Y por supuesto, “se
debe frenar el tráfico de niños entre países y continentes mediante medidas
legislativas y el control estatal”. Francisco recuerda también que “la
procreación o la adopción no son las únicas maneras de vivir la fecundidad del
amor”.
La familia no puede encerrarse en sí
misma como una isla perdida en el inmenso océano de la sociedad. La familia es
el nexo natural y equilibrado entre lo público y lo privado. Ni siquiera Cristo
creció en una familia cerrada a su entorno social, como consta por los relatos
evangélicos. En este orden de cosas Francisco afirma que Dios ha confiado a la
familia el proyecto de hacer doméstico al mundo y su fecundidad se amplía y se
traduce en miles de maneras de hacer presente el amor de Dios en la sociedad. Una
explicación mística y cristiana de este fenómeno de la maternidad ampliada la
encuentra el Papa en su exégesis de la Eucaristía, que reclama la integración
en un único cuerpo eclesial.
Después de hablar de la familia
pequeña sobre los padres, sus hijos y su ampliación social, habla de la familia
grande. La moneda tiene también otra cara y los casados han de desprenderse de
los propios padres en lo que es necesario para crear libremente su propia
familia con libertad económica y afectiva. Lo cual no dispensa a los hijos del
respeto y las atenciones debidas a los abuelos y ancianos. Por el trato
familiar a los ancianos se puede tasar la catadura ética y humana de una
civilización. No se priva el Pontífice de hacer una apología del valor
pedagógico de los relatos familiares de los abuelos, abatidos tal vez físicamente,
pero psicológicamente boyantes. ¿Y qué decir de las relaciones entre hermanos
dentro de la familia?
Reproduzco el nº. 197: “Esta familia
grande debería integrar con mucho amor a las madres adolescentes, a los niños
sin padres, a las mujeres solas que deben llevar adelante la educación de sus
hijos, a las personas con alguna discapacidad que requieren mucho afecto y
cercanía, a los jóvenes que luchan contra una adicción, a los solteros,
separados o viudos que sufren la soledad, a los ancianos y enfermos que no
reciben el apoyo de sus hijos, y en su seno tienen cabida «incluso los más
desastrosos en las conductas de su vida. También
puede ayudar a compensar las fragilidades de los padres, o detectar y denunciar
a tiempo posibles situaciones de violencia o incluso de abuso sufridas por los
niños, dándoles un amor sano y una tutela familiar cuando sus padres no pueden
asegurarla”. Sin olvidar que “en esta familia grande están también el suegro,
la suegra y todos los parientes del cónyuge”, a los cuales hay que tratar con
delicadeza evitando verlos como seres peligrosos o invasores. Un humorista
comenta que el Papa tal vez se ha olvidado de destacar la dificultad que
entraña el dispensar ese trato familiar tan generoso y justo a las suegras.
6. Algunas perspectivas
pastorales
El Papa habla de nuevos caminos
pastorales en los asuntos del matrimonio y la familia y recuerda que “es
necesario no quedarse en un anuncio meramente teórico y desvinculado de los
problemas reales de las personas”. No se trata sólo de presentar normas sino de
proponer valores contra una cultura de mercado que desequilibra la vida
familiar. Así de claro: ”Junto a una pastoral específicamente orientada a las
familias, se nos plantea la necesidad de una educación más adecuada de los
presbíteros, los diáconos, los religiosos y las religiosas, los catequistas y
otros agentes pastorales. En
las consultas enviadas a todo el mundo, se ha destacado que a los ministros
ordenados les suele faltar formación adecuada para tratar los complejos
problemas actuales de las familias” y se echa en falta la experiencia de la
tradición oriental de los sacerdotes casados”. Se recomienda por ello que las
familias acompañen todo el proceso formativo de los futuros sacerdotes sin
excluir la presencia femenina. El principal objetivo de las instituciones de
pastoral familiar es “ayudar a cada uno para que aprenda a amar a esta persona
concreta con la que pretende compartir toda la vida”. Al final de una serie de
reflexiones sobre el asunto dice el Papa: “Para dar un sencillo ejemplo,
recuerdo el día de san Valentín, que algunos países es mejor aprovechado por
los comerciantes que por la creatividad de los pastores” de la familia.
En la preparación para el matrimonio
los agentes pastorales han de tener como guía mental el que la opción de
casarse es de por vida y que su misión principal es “ayudar a descubrir que el
matrimonio no puede entenderse como algo acabado”, sino un proceso dinámico de maduración
del amor matrimonial de día y de noche con tropiezos y aciertos. Una de las
causas que llevan a rupturas matrimoniales es tener expectativas demasiado
altas sobre la vida conyugal. La realidad de la vida práctica hace pensar en la
conveniencia pastoral de considerar el matrimonio como un camino de maduración
del amor superando muchos obstáculos en el camino y no como algo ya perfecto y
acabado desde el principio.
Por otra parte, la planificación
familiar requiere diálogo sincero y consenso entre los esposos respetando los
tiempos y la dignidad de cada uno de los miembros de la pareja. Las decisiones
entre ellos han de estar libres de los condicionamientos ambientales. La
maduración del amor matrimonial no se improvisa sino que requiere tiempo. En
este contexto el Pontífice escribe: “Este camino es una cuestión de tiempo. El
amor necesita tiempo disponible y gratuito, que coloque otras cosas en un
segundo lugar. Hace falta tiempo para dialogar, para abrazarse sin prisa, para
compartir proyectos, para escucharse, para mirarse, para valorarse, para
fortalecer la relación. A veces, el problema es el ritmo frenético de la
sociedad, o los tiempos que imponen los compromisos laborales. Otras veces, el
problema es que el tiempo que se pasa juntos no tiene calidad. Sólo compartimos
un espacio físico pero sin prestarnos atención el uno al otro. Los agentes
pastorales y los grupos matrimoniales deberían ayudar a los matrimonios jóvenes
o frágiles a aprender a encontrarse en esos momentos, a detenerse el uno frente
al otro, e incluso a compartir momentos de silencio que los obliguen a
experimentar la presencia del cónyuge”.
Y a propósito de matrimonios
jóvenes: “A los matrimonios jóvenes también hay que estimularlos a crear una
rutina propia, que brinda una sana sensación de estabilidad y de seguridad, y
que se construye con una serie de rituales cotidianos compartidos. Es bueno
darse siempre un beso por la mañana, bendecirse todas las noches, esperar al
otro y recibirlo cuando llega, tener alguna salida juntos, compartir tareas
domésticas. Pero al mismo tiempo es bueno cortar la rutina con la fiesta, no
perder la capacidad de celebrar en familia, de alegrarse y de festejar las
experiencias lindas. Necesitan sorprenderse juntos por los dones de Dios y
alimentar juntos el entusiasmo por vivir. Cuando se sabe celebrar, esta
capacidad renueva la energía del amor, lo libera de la monotonía, y llena de
color y de esperanza la rutina diaria”.
¿Y si uno de los cónyuges no está
bautizado o si lo está, no quiere compartir su fe con el otro? Obviamente esta
situación da lugar a una situación dolorosa, pero el Papa insiste en la
posibilidad de encontrar valores de referencia susceptibles de ser compartidos
por los dos. De todos modos, las parroquias deben estar preparadas para acoger
y atender todas las urgencias familiares. A veces ocurre que matrimonios que se
celebraron en la Iglesia a bombo y platillo fracasan y si te visto no me
acuerdo.
En estos casos el bautismo de los
hijos, la primera comunión, los funerales y casamientos de parientes o amigos
brindan una ocasión muy favorable para iluminar oscuridades y allanar caminos,
si no de vuelta, sí de respeto y reconciliación. Como no podía ser de otra
manera, el Papa no se priva de decir que la pastoral misionera del matrimonio
no puede reducirse a ser una fábrica de cursos meramente académicos a los que
asistirán pocos y de mala gana. Hay que encontrar motivaciones más cercanas a
la vida real y sentimental de los futuros cónyuges.
Terminados los grandes proyectos y
fervores emocionales del noviazgo, ¿qué pasa después? Llegan las crisis,
angustias y dificultades matrimoniales y familiares. La historia de una familia
está casi siempre surcada por crisis de todo tipo y es entonces cuando los
agentes pastorales tienen que demostrar su competencia acompañando con realismo
y comprensión a las parejas en dificultad. Los recién casados empiezan una
nueva andadura y tienen que aprender progresivamente a quererse sin negar los
problemas, esconderlos o relativizar su importancia real. Han de evitar
igualmente el silencio mezquino y tramposo. El Papa destaca el hecho de que la
mayoría de las parejas en situaciones difíciles no suele acudir a los agentes
pastorales, lo cual es un factor muy a tener en consideración para saber cómo
actuar de forma prudente y satisfactoria.
Las crisis más conocidas son las
siguientes. 1) La crisis de los comienzos hasta que los cónyuges se despegan de
sus padres y aprenden a compatibilizar sus diferencias de personalidad, gustos
e ilusiones. 2) Crisis de la llegada del primer hijo con sus desafíos
emocionales. 3) Crisis de la crianza y educación de los hijos. 4) Crisis cuando
los hijos llegan a la adolescencia. A todo esto hay que añadir las crisis
personales de cada cónyuge y los conflictos con sus familias respectivas y con
los amigos.
Pero algún tipo de reconciliación, por
muy difícil que pueda parecer, es siempre posible y por ello el Papa asume la
convicción de los obispos sinodales en el sentido de que “un ministerio
dedicado a aquellos cuya relación matrimonial se ha roto parece particularmente
urgente”. Las viejas heridas desde la infancia no curadas se reflejan antes o
después en la convivencia matrimonial y es indispensable enseñar a perdonar y
ser perdonados y el Papa insiste en la necesidad del acompañamiento pastoral
después de las rupturas y los divorcios. “Hay que reconocer que hay casos donde
la separación es inevitable” y los agentes pastorales tienen que aprender a
discernir pastoralmente para ayudar “a los separados, los divorciados y los
abandonados”.
1) Divorciados que no se han vuelto
a casar. Los hay que a pesar de todo siguen siendo testigos de la fidelidad
matrimonial y la Eucaristía es su mejor alimento para permanecer en este estado
de fidelidad sin rencores ni malos tratos. 2) Personas divorciadas que viven en
nueva unión. Hay que ayudar a estas personas a no sentirse excomulgadas de la comunión
eclesial y de obras buenas que pueden realizar, lo cual no significa rebajar la
exigencia de la indisolubilidad matrimonial. El trato caritativo está por
encima de todo otro criterio pastoral. Tratar con caridad a las personas en
situaciones anómalas no significa aprobar nada incorrecto sino ayudar con a
resolver con dignidad sus problemas. 3) En este contexto caritativo el Papa
hizo suya la sugerencia sinodal sobre “la necesidad de hacer más accesibles y
ágiles (incluso gratuitos) los procedimientos para el reconocimiento de los
casos de nulidad”. Medida que ya está en marcha. 4) Consecuencias de la
separación o del divorcio sobre los hijos, los cuales son siempre víctimas
inocentes. ¡Y mucho cuidado con tratar a los hijos en esas situaciones como
rehenes o envenenarlos hablando mal con ellos de su padre o de su madre! El
divorcio es hoy día un mal en aumento y por ello “las comunidades cristianas no
deben dejar solos a los padres divorciados en nueva unión”.
El Papa habla de algunas situaciones
complejas que dificultan la solución pastoral de las parejas. 1) Matrimonios mixtos. O lo que es igual,
los matrimonios entre católicos y otros bautizados. En estos casos se
recomienda “una colaboración cordial entre el ministro católico y el no católico,
ya desde el tiempo de la preparación y la boda”. A este respecto el Papa remite
a las normas ya establecidas para discernir los casos en los que se acepta el
acceso a la Eucaristía cuando se trata de matrimonios entre católicos y
ortodoxos, habida cuenta de que comparten plenamente los sacramentos del
bautismo y del matrimonio. 2) Matrimonios
con disparidad de culto. Ahora se trata de matrimonios entre una persona
católica y otra no bautizada. Por ejemplo, un hombre católico con una mujer
árabe o no-creyente. En estos casos las crisis matrimoniales de complican
mucho, sobre todo en los países donde no existe libertad religiosa o incluso
son perseguidas las prácticas religiosas sanas. En estos casos tanto el cónyuge
católico como el no católico necesitan de más ayuda pastoral para sobrevivir en
paz en familia. En todas estas situaciones “la Iglesia, matiza el Papa, hace
suyo el comportamiento del Señor Jesús que en un amor ilimitado se ofrece a todas
las personas sin excepción”. 3) ¿También a los
homosexuales y a las familias monoparentales?
Sí, también, pero poniendo a cada cual en su sitio.
Hay muchas personas con tendencias
homosexuales, lo cual puede complicar y perturbar seriamente la convivencia
matrimonial y familiar. El criterio pastoral en estos casos es el siguiente.
“Toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada
en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar todo signo de
discriminación injusta”. Es claro que como personas, todos somos iguales más
allá de nuestra condición sexual. Pero los comportamientos homosexuales
concretos son muy distintos e indeseables de los normales y corrientes. El
respeto y caridad con la persona homosexual no justifica bajo ningún concepto
el ejercicio práctico de la tendencia homosexual. Como tampoco se puede
justificar el ejercicio corrupto de la heterosexualidad. Retomando el discurso
papal me parece oportuno reproducir ahora los números 251-252 del documento.
“En el curso del debate sobre la dignidad y la misión de la familia, los
Padres sinodales han hecho notar que los proyectos de equiparación de las
uniones entre personas homosexuales con el matrimonio, «no existe ningún
fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las
uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia
[...] Es inaceptable que las iglesias locales sufran presiones en esta materia
y que los organismos internacionales condicionen la ayuda financiera a los
países pobres a la introducción de leyes que instituyan el “matrimonio” entre
personas del mismo sexo».
Las familias monoparentales tienen
con frecuencia origen a partir de «madres o padres biológicos que nunca han
querido integrarse en la vida familiar, las situaciones de violencia en las
cuales uno de los progenitores se ve obligado a huir con sus hijos, la muerte o
el abandono de la familia por uno de los padres, y otras situaciones.
Cualquiera que sea la causa, el progenitor que vive con el niño debe encontrar
apoyo y consuelo entre las familias que conforman la comunidad cristiana, así
como en los órganos pastorales de las parroquias. Además, estas familias
soportan a menudo otras problemáticas, como las dificultades económicas, la
incertidumbre del trabajo precario, la dificultad para la manutención de los
hijos, la falta de una vivienda».
¿Y cuando la muerte clava su aguijón
en la familia? ¿Cómo afrontar una mujer la muerte de su marido o de sus hijos? ¿Cómo afrontar un marido la
muerte de su esposa y de sus hijos? ¿Cómo afrontar los hijos la muerte de sus
padres? ¡Viudas, viudos y huérfanos! ¿Para qué sirvió todo? El Papa se despacha
a placer ofreciendo consuelo y esperanza para estas situaciones dramáticas de
la vida familiar con realismo y anclaje en la esperanza cristiana de Cristo
resucitado de entre los muertos.
7.
Fortalecer la educación de los hijos
Para bien o para mal, recuerda el
Papa, los padres siempre inciden en el desarrollo moral de sus hijos. De ahí
que el derecho de engendrarlos no tiene sentido sin la obligación de educarlos
lo mejor posible. ¿A dónde van y qué hacen los hijos? El capítulo presente es
un pequeño tratado de pedagogía paterna y materna. La madurez de los hijos no
es sólo algo que viene programado en el código genético. Hay que ayudarlos a
madurar su personalidad para que aprendan a ser personas libres y responsables.
Pero con amor, paciencia, de forma progresiva ayudándoles a caminar de lo
imperfecto a lo más pleno y en un lenguaje asequible para ellos.
“Además, esta formación debe
realizarse de modo inductivo, de tal manera que el hijo pueda llegar a
descubrir por sí mismo la importancia de determinados valores, principios y
normas, en lugar de imponérselos como verdades irrefutables”. No basta saber lo
que hay que hacer para hacerlo, aunque esto sea psicológicamente prioritario.
El mero conocer el bien no arrastra automáticamente a la voluntad para ponerlo
en práctica. La libertad es algo grandioso pero podemos echarla a perder si no
llegamos a actuar en la vida correctamente movidos personalmente desde dentro.
Por lo demás, no hay que confundir el orden y la disciplina personal
amorosamente asumida con los castigos paternos cuando no son otra cosa que
expresiones de ira incontrolada y de debilidad antipedagógica.
Así de claro: “Lo fundamental es que la disciplina no se convierta en
una mutilación del deseo, sino en un estímulo para ir siempre más allá. ¿Cómo
integrar disciplina con inquietud interior? ¿Cómo hacer para que la disciplina
sea límite constructivo del camino que tiene que emprender un niño y no un muro
que lo anule o una dimensión de la educación que lo acompleje? Hay que saber
encontrar un equilibrio entre dos extremos igualmente nocivos: uno sería
pretender construir un mundo a medida de los deseos del hijo, que crece
sintiéndose sujeto de derechos pero no de responsabilidades.
El
otro extremo sería llevarlo a vivir sin conciencia de su dignidad, de su
identidad única y de sus derechos, torturado por los deberes y pendiente de
realizar los deseos ajenos”. Paciencia de Job y realismo. El pedir demasiado al
niño sólo conduce a no conseguir nada. “La persona, apenas pueda librarse de la
autoridad, posiblemente dejará de obrar el bien”.
Las
carencias afectivas y la mala imagen de los padres son factores pedagógicamente
nefastos y el nº 273 es taxativo y realista en extremo: “Cuando se proponen
valores, hay que ir poco a poco, avanzar de diversas maneras de acuerdo con la
edad y con las posibilidades concretas de las personas, sin pretender aplicar
metodologías rígidas e inmutables. Los aportes valiosos de la psicología y de
las ciencias de la educación muestran la necesidad de un proceso gradual en la
consecución de cambios de comportamiento, pero también la libertad requiere
cauces y estímulos, porque abandonarla a sí misma no garantiza la maduración.
La libertad concreta, real, es limitada y condicionada. No es una pura
capacidad de elegir el bien con total espontaneidad.
No
siempre se distingue adecuadamente entre acto «voluntario» y acto «libre». Alguien
puede querer algo malo con una gran fuerza de voluntad, pero a causa de una
pasión irresistible o de una mala educación. En ese caso, su decisión es muy
voluntaria, no contradice la inclinación de su querer, pero no es libre, porque
se le ha vuelto casi imposible no optar por ese mal. Es lo que sucede con un
adicto compulsivo a la droga. Cuando la quiere lo hace con todas sus ganas,
pero está tan condicionado que por el momento no es capaz de tomar otra
decisión. Por lo tanto, su decisión es voluntaria, pero no es libre. No tiene
sentido «dejar que elija con libertad», ya que de hecho no puede elegir, y
exponerlo a la droga sólo aumenta la dependencia. Necesita la ayuda de los
demás y un camino educativo”.
El Pontífice habla después
minuciosamente de la vida familiar como contexto educativo y destaca la
necesidad de que los niños aprendan en familia a reaccionar ante la influencia
negativa que puedan tener los medios de comunicación social y las modernas
técnicas de comunicación avanzadas. Pero de forma razonable y progresiva sin
exigir a los niños que a la primera de cambio actúen como adultos. En el
contexto familiar han de aprender a ser justos, civilizados y sociables. Sin
olvidar la necesidad de que sea también en el contexto familiar donde aprendan a
afrontar los problemas del dolor y de la muerte sin traumas ni miedos
infundados. “En el hogar también se pueden replantear los hábitos de consumo
para cuidar juntos la casa común: «La familia es el sujeto protagonista de una
ecología integral, porque es el sujeto social primario, que contiene en su seno
los dos principios-base de la civilización humana sobre la tierra: el principio
de comunión y el principio de fecundidad».
Igualmente, los momentos difíciles y
duros de la vida familiar pueden ser muy educativos. Es lo que sucede, por
ejemplo, cuando llega una enfermedad, porque «ante la enfermedad, incluso en la
familia surgen dificultades, a causa de la debilidad humana. Pero, en general,
el tiempo de la enfermedad hace crecer la fuerza de los vínculos familiares
[...] Una educación que deja de lado la sensibilidad por la enfermedad humana,
aridece el corazón; y hace que los jóvenes estén “anestesiados” respecto al
sufrimiento de los demás, incapaces de confrontarse con el sufrimiento y vivir
la experiencia del límite”. Frente a las dificultades que muchas veces surgen
contra el ejercicio del derecho y deber educativo de los padres el Pontífice
recuerda que “hay que afirmar decididamente la libertad de la Iglesia de
enseñar la propia doctrina y el derecho a la obligación de conciencia por parte
de los educadores”.
¿Educación sexual de los hijos en el
contexto familiar? Por supuesto que sí. El Pontífice se limita a refrendar esta
idea tomada del Vaticano II con algunas observaciones prácticas de gran calado
pedagógico. 1) La información sobre asuntos relacionados con la vida sexual
deben llegar a los niños en el momento apropiado y de una manera adecuada a su
edad. 2) El lenguaje utilizado debe ser nuevo y adecuado al tiempo en que los
niños y adolescente empiezan a plantearse el tema de la sexualidad. 3)
Enseñarles a descubrir el significado auténtico del pudor humano como defensa
de la persona que resguarda su interioridad. Con ello se vitará el riesgo de
reducir el afecto y la sexualidad a obsesiones concentradas en la sexualidad
morbosa que puede llevar incluso a la violencia haciendo imposible la
experiencia del amor verdadero. 4) Evitar que la educación sexual se concentre
en aprender a tener “sexo seguro”, sin hijos ni enfermedades para asegurar el
disfrute narcisista de la sexualidad al margen de toda responsabilidad. 5) La
educación sexual implica por encima de todo mucho respeto personal y ternura
compartida. 6) No confundir la atracción sexual momentánea con la ilusión de la
unión. Sin amor esa unión deja a los desconocidos tan solos como estaban antes
o peor. 7) La educación sexual debe incluir también el respeto y la valoración
de las diferencias para aceptar el propio cuerpo, tal como ha sido creado, perdiendo
el miedo a las diferencias de personalidad, para poder dedicarse cada uno de
los cónyuges a actividades laborales nobles sin perjuicio de la condición
sexual de cada uno.
Por otra parte es obvio que los
matrimonios cristianos deben enseñar a sus hijos la necesidad y hermosura de la
de fe y su manifestación en obras buenas de servicio a los demás. Pero la
educación en la fe debe hacerse respetando la personalidad e idiosincrasia de
los niños con amor y sin imposiciones que impiden el desarrollo deseable de su
libertad. Otro aspecto importante es seguir el ejemplo de los apóstoles, “que
no despreciaban a los demás, no estaban recluidos en pequeños grupos selectos,
aislados de la vida de su gente”. La familia es por diversos motivos sujeto
cualificado de acción educativa y pastoral.
8. Acompañar, discernir
e integrar la fragilidad
Pastoralmente hablando la Iglesia es
comparada con la luz del faro luminoso de un puerto para los que navegan en
medio de las tempestades de la vida. En la vida real “a menudo la tarea de la
Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña”. Por una parte está el ideal
magnífico del matrimonio cristiano. Pero “tras formas de unión contradicen
radicalmente este ideal”. Pero igualmente sin excluir las que lo realizan de un
modo parcial y análogo. En este contexto complejo de pastoral matrimonial el
Papa propone una pastoral graduada teniendo en cuenta las situaciones concretas
de cada pareja que no responden plenamente al ideal cristiano del matrimonio.
“Porque a los pastores compete no sólo la promoción del matrimonio cristiano,
sino también el discernimiento pastoral de las situaciones de tantas personas
que ya no viven esta realidad”.
No se trata de comulgar con ruedas
de molino como si todos los matrimonios fueran iguales, sino de acoger a las
personas y acompañarlas con paciencia y delicadeza. “Esto es lo que hizo Jesús
con la samaritana: dirigió una palabra a su deseo de amor verdadero, para
liberarla de todo lo que oscurecía su vida y conducirla a la alegría plena del
Evangelio”. En este sentido recuerda el Papa Francisco palabras de san Juan
Pablo II hablando de la ley de gradualidad con la conciencia según la cual los
seres humanos realizamos el bien moral “según etapas de crecimiento”. Criterio que se ha de aplicar pastoralmente a
los asuntos del matrimonio y la familia. El presente capítulo está desarrollado
en tres apartados pastoralmente troncales de los cuales cabe destacar algunos
aspectos muy sensibles humana y pastoralmente hablando.
1)
Discernimiento de las situaciones llamadas “irregulares”
Así
de claro para empezar, nn. 296-297: “El Sínodo se ha referido a distintas
situaciones de fragilidad o imperfección. Al respecto, quiero recordar aquí
algo que he querido plantear con claridad a toda la Iglesia para que no
equivoquemos el camino: «Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia:
marginar y reintegrar [...] El camino de la Iglesia, desde el concilio de
Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y
de la integración [...] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie
para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la
piden con corazón sincero [...] Porque la caridad verdadera siempre es
inmerecida, incondicional y gratuita». Entonces, «hay que evitar los juicios
que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que
estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su
condición»… Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica
del Evangelio. No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión sino a
todos, en cualquier situación en que se encuentren”.
Pero sin confundir churras con merinas.
No es lo mismo ocho que ochenta, una situación matrimonial irregular y otra
normal ajustada al ideal cristiano del matrimonio: “Obviamente, si alguien
ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere
imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar
catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad
(cf. Mt 18,17). Necesita volver a escuchar el anuncio del Evangelio y la
invitación a la conversión”. Lo que cambia no es el ideal cristiano del
matrimonio y la familia sino “el modo de tratar las llamadas situaciones
irregulares” de acuerdo con los cánones de la comprensión y la misericordia,
tratando de extinguir o al menos mitigar
el fuego de los problemas matrimoniales.
Recomiendo la lectura detenida de
los números 298-300 donde el Pontífice describe situaciones matrimoniales en
conflicto con el ideal de matrimonio propuesto en el Evangelio, y que tanto las
personas que se encuentran en alguna de esas situaciones como los agentes de
pastoral sabios y caritativos identificarán sin dificultad. Por ejemplo,
divorciados y en nueva unión consolidada en el tiempo; los que se esforzaron
por salvar su matrimonio sin resultados positivos por diversos motivos,
incluida la convicción de que el primer matrimonio fue inválido; o nuevas
uniones que tienen lugar inmediatamente a raíz de una separación o un divorcio.
Sin olvidar los problemas de
identidad de personalidad entre las partes derivados de desajustes sexuales y
leyes sociales en vigor hostiles al ideal del matrimonio cristiano. Pero, una
vez más, el Pontífice quiere que no queden dudas sobre el significado auténtico
de la comprensión acerca de las debilidades humanas matrimoniales y de la
acogida caritativa que la Iglesia debe dispensar a esas personas más frágiles y
en dificultad. Textualmente: “Debe quedar claro que este no es el ideal que el
Evangelio propone para el matrimonio y la familia. Los Padres sinodales han
expresado que el discernimiento de los pastores siempre debe hacerse
«distinguiendo adecuadamente», con una mirada que «discierna bien las
situaciones». Sabemos que no existen «recetas sencillas».
El documento papal insiste en que el
discernimiento de las múltiples situaciones matrimoniales irregulares con
comprensión y caridad es la actitud pastoral adecuada en estos casos, tratando de
ayudar a las partes en conflicto con caridad, tiempo y paciencia a esas
personas para que no se sientan excluidas de la Iglesia, sino que en ella
encuentren la solución de sus problemas matrimoniales hasta donde ello sea
posible sin pedir peras al olmo.
Por otra parte, no los sacerdotes en
su trato pastoral ni estas personas en situación irregular tienen derecho a
imponer “sus deseos por encima del bien común de la Iglesia”. No es de recibo
que un matrimonio “irregular” pretenda equipararse dentro de la Iglesia a un
matrimonio que se ajusta en lo esencial al ideal cristiano del matrimonio
aunque en la práctica no lo pueda llevar a su plenitud. La madurez moral de las
personas no es automática sino que se llega a ella de una forma graduada. No se
puede hablar de una buena pastoral sin tener en cuenta los errores y
equivocaciones en que, con culpa o sin ella, nos vemos envueltos todos los
seres humanos. “Ya santo Tomás, dice el Papa, reconocía que alguien puede tener
la gracia y la caridad, pero no poder ejercitar bien algunas virtudes”.
2)
Normas y discernimiento
Llegados al nº 304, el Pontífice se
agarra a la mano de santo Tomás (I-II, q. 94, a. 4) y dice literalmente: “Es
mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a
una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una
plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano. Ruego
encarecidamente que recordemos siempre algo que enseña santo Tomás de Aquino, y
que aprendamos a incorporarlo en el discernimiento pastoral: «Aunque en los
principios generales haya necesidad, cuanto más se afrontan las cosas
particulares, tanta más indeterminación hay [...] En el ámbito de la acción, la
verdad o la rectitud práctica no son lo mismo en todas las aplicaciones
particulares, sino solamente en los principios generales; y en aquellos para
los cuales la rectitud es idéntica en las propias acciones, esta no es
igualmente conocida por todos [...] Cuanto más se desciende a lo particular,
tanto más aumenta la indeterminación».
Es verdad que las normas generales
presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su
formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares.
Al mismo tiempo, hay que decir que, precisamente por esa razón, aquello que
forma parte de un discernimiento práctico ante una situación particular no
puede ser elevado a la categoría de una norma. Ello no sólo daría lugar a una
casuística insoportable, sino que pondría en riesgo los valores que se deben
preservar con especial cuidado”. Al final haré alguna reflexión sobre la
importancia pastoral de este texto se santo Tomas y que muchos moralistas y
agentes de pastoral parecen desconocer o no saber valorar.
No, en todas las vicisitudes de la
vida matrimonial y familiar, por irregulares que puedan parecer, ha de
prevalecer pastoralmente la via caritatis.
A este respecto, recordemos el número 306: ”En cualquier circunstancia, ante
quienes tengan dificultades para vivir plenamente la ley divina, debe resonar
la invitación a recorrer la via caritatis.
La caridad fraterna es la primera ley de los cristianos (cf. Jn 15,12; Ga
5,14). No olvidemos la promesa de las Escrituras: «Mantened un amor intenso
entre vosotros, porque el amor tapa multitud de pecados» (1 P 4,8); «expía tus
pecados con limosnas, y tus delitos socorriendo los pobres» (Dn 4,24). «El agua
apaga el fuego ardiente y la limosna perdona los pecados» (Si 3,30). Es también
lo que enseña san Agustín: «Así como, en peligro de incendio, correríamos a
buscar agua para apagarlo [...] del mismo modo, si de nuestra paja surgiera la
llama del pecado, y por eso nos turbamos, cuando se nos ofrezca la ocasión de
una obra llena de misericordia, alegrémonos de ella como si fuera una fuente
que se nos ofrezca en la que podamos sofocar el incendio».
3) La lógica de la misericordia pastoral
Pero hay que tener cuidado para no falsear
el ideal supremo del matrimonio cristiano con el pretexto de resolver a la
carta sus problemas. “Para evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo
que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del
matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza: «Es preciso alentar a los
jóvenes bautizados a no dudar ante la riqueza que el sacramento del matrimonio
procura a sus proyectos de amor, con la fuerza del sostén que reciben de la
gracia de Cristo y de la posibilidad de participar plenamente en la vida de la
Iglesia». La tibieza, cualquier forma de relativismo, o un excesivo respeto a
la hora de proponerlo, serían una falta de fidelidad al Evangelio y también una
falta de amor de la Iglesia hacia los mismos jóvenes. Comprender las
situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni
proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano. Hoy, más importante que
una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los
matrimonios y así prevenir las rupturas”.
A los matrimonios con problemas
serios de identidad con el ideal cristiano hay que tratarlos pastoralmente con
la misericordia, paciencia y ternura de una buena madre espiritual como debe
ser la Iglesia. Refiriéndose a los agentes pastorales rigoristas e impacientes
como aquellos de la parábola del trigo y la cizaña, el Pontífice dice lo
siguiente: “Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé
lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una
Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una
Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, «no
renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del
camino».
Los pastores de la Iglesia, que
proponen a los fieles el ideal pleno del Evangelio y la doctrina de la Iglesia,
deben ayudarles al mismo tiempo a asumir la lógica de la compasión con los
frágiles y a evitar persecuciones o juicios demasiado duros o impacientes. El
mismo Evangelio nos recuerda que no juzguemos ni condenemos (cf. Mt 7,1; Lc
6,37). Jesús «espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o
comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta
humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta
de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida
siempre se nos complica maravillosamente».
Los buenos pastores cristianos no
excluyen de sus cuidados a ninguna de sus ovejas. El pastor bueno, según la
parábola, lo es de las cien ovejas y no de noventa y nueve. Más aún. No se
trata de una proposición romántica sino de hacer llegar de forma realista y
caritativa la misericordia de Dios a quienes más necesiten de ella, como son
muchas veces los que viven su vida matrimonial de forma irregular e imperfecta.
El
Papa insiste sin descaso en que establecer como criterio pastoral preferencial
la misericordia de Dios para todos, incluidos los agentes pastorales, no es una
proposición idealista y romántica: “No es una propuesta romántica o una
respuesta débil ante el amor de Dios, que siempre quiere promover a las
personas, ya que «la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la
Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con
la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia
el mundo puede carecer de misericordia». Es verdad que a veces «nos comportamos
como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es
una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a
cuestas”.
El Papa concluye el capítulo octavo
de su pastoral documento aconsejando a los profesionales de la teología moral
que destaquen y presenten los valores superiores del Evangelio dando el primado
de toda conducta cristiana a la caridad expresada en gestos reales de
misericordia. Cuando se habla de los temas más delicados de las personas unidas
en matrimonio hay que evitar la moral fría de escritorio, escuchar con afecto y
serenidad a las partes en conflicto y tratar de encontrar alguna vía de acceso
a la conversión para seguir caminando hacia las metas superiores del matrimonio
cristiano, aunque sea cojeando y tropezando por el camino. El capítulo noveno y
último es un pequeño tratado de espiritualidad cristiana del matrimonio, que
tanto las parejas normales como aquellas otras que se encuentren en situaciones
irregulares, pero de buena voluntad, podrán leer con placer y provecho.
9. Reflexiones finales
Para terminar este breve comentario
me parece oportuno hacer las siguientes observaciones. El Papa Francisco ha
hecho suyas las conclusiones finales de los dos últimos sínodos de obispos
sobre la familia, las ha formateado a su imagen y semejanza, y las ha reforzado
con citas muy sustanciosas de la Sagrada Escritura, del Magisterio de sus
inmediatos predecesores en la Cátedra de Pedro, de santo Tomas de Aquino y san
Agustín. También ha tenido en cuenta a autores foráneos a la teología
propiamente dicha.
A todo esto ha sumado su larga e
interesante experiencia pastoral con referencias constantes a los textos en los
que reaparece su catequesis pastoral desde que accedió al solio pontificio. Son
textos que pastoralmente sorprendieron
mucho y para bien. En todo momento el lector del texto puede apreciar las
lindes entre lo que es Magisterio de la Iglesia sobre el matrimonio y la
familia, las conclusiones sinodales y su propia aportación personal, que es
mucha, realista y bien anclada en la caridad y misericordia divina manifestada
en Jesucristo, que vino a salvar a todos los hombres, incluidos los débiles y
pecadores, y no a condenarlos. Este gesto teológico es el que debe reflejarse
siempre en el trabajo pastoral con los matrimonios rotos o que se encuentran en
situaciones irregulares por relación al proyecto divino original.
Hablando de esas situaciones
“irregulares” me hubiera gustado una descripción de las mismas más clara y
minuciosa, si bien, para el buen entendedor, la presentación de las mismas y
los criterios pastorales recomendados para afrontarlas, la descripción hecha es
ella suficiente. En cualquier caso, las situaciones “irregulares” no pueden
equipararse nunca a las situaciones matrimoniales de normalidad según el
proyecto divino de matrimonio.
Siempre que surge el problema de la
sexualidad, el Pontífice cuida mucho de no dejar rastro ni reliquia de la moral
maniquea, o de doble moral acerca de la sexualidad matrimonial.
Me ha causado particular
satisfacción la aplicación que hace el Papa del artículo 4 de la I-II, q. 94 a
los problemas concretos de la vida conyugal y familiar. Esta satisfacción se
explica porque cuando yo trataba de proyectar algo de luz sobre los grandes
problemas de la bioética reproductiva, encontré en ese mismo texto de Tomás de
Aquino la regla realista y pastoralmente prudente que yo buscaba.
Resulta interesante la sinceridad
con la que se reconoce la falta de formación adecuada de muchos sacerdotes y
otros agentes pastorales en el trato actual de los problemas matrimoniales y
familiares. Conocemos la falta de tacto y de caridad que suele predominar entre
algunos grupos eclesiales dedicados a este ministerio, y cabe esperar que
tomarán ellos nota de esta denuncia de los obispos sinodales con el Papa a la
cabeza. Por último, dos palabras acerca de la clamorosa entrevista del gran
filósofo católico alemán Robert Spaemann concedida a la Catholic News Agency.
Spaemann sostuvo que el párrafo 305
de “Amoris laetitia” y la nota 351 son incompatibles con el número 84 de
“Familiaris consortio”. Este ilustre filósofo católico alemán, cercanísimo a
san Juan Pablo II y amigo de Benedicto XVI, sostuvo que Francisco ha roto con
la doctrina del propio san Juan Pablo II expresada en las encíclicas Veritatis
splendor y Familiaris consortio. Más aún. Robert Spaemann insinuó que Francisco
no acoge la condena a la ética de situación realizada por san Juan Pablo II en
“Veritatis splendor” y que se inscribe en una corriente jesuítica situacionista
que proviene del siglo XVII. Así mismo declaró que el Papa con este documento abre
la puerta a un cisma.
La respuesta a esta sorprendente
acusación del venerable y admirado Spaemann no se hizo esperar y fue del
también ilustre filósofo católico mejicano, Rodrigo Guerra. Ambos han
colaborado muy de cerca en grandes proyectos de la Santa Sede, por ejemplo, en
la Pontificia Academia para la Vida. Ambos son laicos y esto reviste un interés
particular.
Rodrigo Guerra le recordó a su
venerable colega algunos pasajes del texto papal en los cuales esas acusaciones
se deshacen como bollas de nieve iluminadas
por el sol. Y todo ello haciendo uso de la caridad y respeto personal aconsejado
por Francisco para tratar pastoralmente los problemas del matrimonio y la
familia. Yo añadiría un dato nada baladí. El admirado filósofo católico Robert
Spaemann se encuentra ya pisando con un pié en los 90 años de edad y ello
podría explicar en parte su dificultad para entender adecuadamente el estilo
pastoral preferencial recomendado por el Papa Francisco en la Exhortación
Apostólica que hemos comentado.
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