viernes, 6 de mayo de 2016

LA ALEGRÍA DEL AMOR

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
SOBRE EL AMOR EN LA FAMILIA

Por

NICETO BLÁZQUEZ, O.P.

            El día 19 de marzo de 2016 el Papa Francisco hizo pública su Exhortación Apostólica Amoris laetitia sobre el amor en la familia. Esta forma de Magisterio ordinario lo usan los papas principalmente para hacer ratificar las conclusiones más importantes de los sínodos episcopales. En nuestro caso concreto, del último sínodo de los obispos, celebrado en Roma en octubre del 2015, y que generó muchas expectativas frívolas en los medios de comunicación social, por tratar de algunas cuestiones relacionadas con los problemas de la vida matrimonial y familiar. Como la misma palabra indica, el documento es una exhortación o invitación a reflexionar sobre los problemas que afectan seriamente a las familias cristianas y el modo pastoral de ayudarlas a resolverlos con fidelidad al Evangelio al filo de la realidad pura y dura de cada día. Primero hago un recorrido rápido por los nueve capítulos del presente documento, destacando algunas cuestiones que me han parecido más relevantes para terminar haciendo algunas reflexiones personales sobre el formato y contenido del mismo. La numeración de los subtítulos que siguen corresponde a los títulos de los nueve capítulos de los que consta el documento papal.  

1. A la luz de la Palabra
           
            Francisco adelanta una breve introducción en la cual dice que en esta Exhortación apostólica recoge los aportes de los dos últimos sínodos sobre la familia “agregando otras consideraciones que puedan orientar la reflexión, el diálogo o la praxis pastoral”, dando aliento y ayuda moral a las familias cristianas en sus dificultades, sobre todo cuando se encuentran en situaciones irregulares no ajustadas al ideal del amor y de la  familia cristiana de acuerdo con los designios de Dios. El Papa advierte contra la tentación de leer el texto apresuradamente, pero que comprende el que los matrimonios se identifiquen más con los capítulos IV y V, los agentes pastorales tengan particular interés en el VI y que todos ellos se encuentren imbricados en el capítulo VIII. Dicho lo cual, empecemos ya nuestro paseo por el capítulo I.
            Se trata de un pequeño tratado acerca del amor y la familia en la Sagrada Escritura. Comienza diciendo que la Biblia está poblada de familias, generaciones, historias de amor, crisis familiares y a veces situaciones violentas desde las primeras páginas del Antiguo Testamento. No obstante, la vida matrimonial sigue con sombras pero también con silencios luminosos, destacados por el propio Cristo refiriéndose al capítulo segundo del Génesis. El matrimonio une las dos “carnes” no sólo genéticamente a través de los hijos, sino también y sobre todo espiritualmente. Después de un minucioso análisis de textos bíblicos llega a esta conclusión: “Es verdad que estas imágenes reflejan la cultura de una sociedad antigua, pero la presencia de los hijos es de todos modos un signo de plenitud de la familia en la continuidad de la misma historia de la salvación”. Luego reflexiona sobre textos del Nuevo Testamento y habla de la familia como si ésta fuera o debiera ser una verdadera “iglesia doméstica,” y por lo mismo, sede de la presencia de Cristo y de la catequesis de los hijos.  
            Siempre en el contexto de la Sagrada Escritura, Francisco recuerda que “los padres tienen el deber de cumplir con seriedad su misión educadora”. Más aún: “El Evangelio nos recuerda también que los hijos no son una propiedad de la familia” sino que tienen tienen por delante su propio camino de vida. De ahí que la misma vocación cristiana puede implicar una separación razonable de sus padres para “cumplir con su propia entrega al Reino de Dios”. En este sentido el hijo no puede ser nunca un objeto de propiedad de los padres, como ocurría en las antiguas culturas paganas y Cristo no reparó en presentar a los niños que se acercaban a Él casi como maestros de los adultos.
            El Salmo 128, dice el Pontífice, presenta una imagen idílica del matrimonio, pero “no niega una realidad amarga que marca todas las Sagradas Escrituras. Es la presencia del dolor, del mal, de la violencia, que rompen la vida de la familia y su íntima comunión de vida y amor”. No en vano el discurso de Cristo sobre el matrimonio según Mateo, “está inserto dentro de una disputa sobre el divorcio”. El propio Cristo nació en una familia que pronto tuvo que huir a tierra extranjera y fue muy sensible a las ansias y tensiones de las familias como se refleja en sus parábolas y gestos espectaculares de amoroso humanismo. En el número 22 escribe: “En este breve recorrido podemos comprobar que la Palabra de Dios no se muestra como una secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje también para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor”.
            Según la Biblia, el trabajo es fuente de dignidad. De ahí que la desocupación y la inseguridad laboral sean motivos de sufrimiento. Siempre fue así y Francisco remacha el clavo: “Es lo que la sociedad está viviendo trágicamente en muchos países, y esta ausencia de fuentes de trabajo afecta de diferentes maneras a la serenidad de las familias”. Cristo introdujo el amor como carnet de identidad de sus seguidores y el fruto más sazonado del mismo son la misericordia y el perdón. Esto es como la piedra angular de la convivencia matrimonial y familiar, en cuyo contexto llama la atención la insistencia del Pontífice en la necesidad del oportuno intercambio de gestos amorosos impregnados de ternura, específicos en el contexto de la convivencia matrimonial. Biblicamente hablando, el icono más bello y ejemplar es la familia de Nazaret donde nació y creció Cristo entre las amenazas de Herodes, que obligaron a José y María a emigrar a tierra extranjera como prófugos desechados e inermes.   

2. Realidad y desafíos de las familias

            El Papa dice que asume y formatea las cuestiones que han discutido los Padres sinodales “agregando otras preocupaciones  que provienen de mi propia experiencia”. El egoísmo de nuestra cultura individualista y la ansiedad causada por la organización del trabajo contribuyen a convertir a los ciudadanos en meros clientes que sólo exigen prestaciones de servicios. Trasvasada esta mentalidad al campo de la familia, se tiende a vivir “como si más allá de los individuos no hubiera verdades, valores, principios que nos orienten, como si todo fuera igual y cualquier cosa debiera permitirse. En este contexto el ideal matrimonial, con un compromiso de exclusividad y de estabilidad, termina siendo arrastrado por las conveniencias circunstanciales y por los caprichos de la sensibilidad”.
            Es verdad que no tiene sentido quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo. Pero “tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad. Nos queda un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que Dios les ofrece”.
            Después de invitar a la humildad personal y el realismo de la vida denuncia que “con frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber de la procreación”. Y más adelante: “Otras veces, hemos presentado el ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales. Por otra parte, no basta actualmente insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales sin motivar la apertura a la gracia. Hay que presentar el matrimonio más como un camino de desarrollo y realización que como un peso a soportar toda la vida. Además, estamos llamados a formar las conciencias de los fieles pero no a pretender sustituirlas. Igualmente, hay que evitar estar siempre a la defensiva. Por el contrario, hay que proponer el ideal del matrimonio cristiano como Cristo lo hacía, proponiéndolo sin reducir exigencias pero al mismo tiempo sin “perder la cercanía compasiva con los frágiles, como la samaritana o la mujer adúltera”. Y hemos de tener mucho cuidado para no malinterpretar las cosas como si fuera legítimo aplicar a los problemas familiares la cultura dominante de lo provisorio y caduco. Textualmente: “Creen que el amor, como en las redes sociales, se puede conectar o desconectar a gusto del consumidor e incluso bloquear rápidamente”. Y poco después: “Se traslada a las relaciones afectivas lo que sucede con los objetos y el medio ambiente en que todo es descartable”. Pero quien utiliza egoistamente a los demás tarde o temprano termina siendo utilizado y abandonado. Con una concepción romántica y de utilidad económica, el matrimonio y la familia no van a parte ninguna como no sea al fracaso.
            En este contexto el Pontífice hace un análisis crítico sin desperdicio de la afectividad narcisista, del daño de la pornografía como mercancía del cuerpo humano y del impacto negativo del uso desequilibrado de Internet como lugar de cita de todo lo mejor y más de lo peor. Todos estos factores contribuyen poderosamente hoy día a que la gente no aprenda a crecer en el verdadero amor quedándose “en los estados primarios de la vida emocional y sexual”. Todo lo cual constituye un flaco servicio al matrimonio y la familia.
            En su análisis pormenorizado de circunstancias hostiles a la maduración y crecimiento del amor conyugal reconoce que el avance de las biotecnologías también ha tenido un fuerte impacto sobre la natalidad. El Papa es muy consciente de los gravísimos problemas de humanización que esas técnicas llevan consigo tal como se están llevando masivamente a cabo. Sin olvidar a los niños nacidos fuera del matrimonio, la explotación sexual de la infancia y los denominados niños de la calle. Por otra parte está el fenómeno de las migraciones de familias huyendo de las persecuciones políticas o religiosas. Hay muchas familias probadas con la aparición de hijos discapacitados, o hundidas en la miseria material. Y si todo esto y mucho más fuera poco, la extrema pobreza y otras situaciones de desintegración, “inducen a veces a las familias incluso a vender a sus propios hijos para la prostitución o el tráfico de órganos”.
            El Papa hace suya la información de los obispos sinodales sobre la falta de comunicación entre padres e hijos por razones de cansancio laboral, adicción a las redes sociales y ansiedad frente al futuro con olvido del presente. Sin olvidar el alcoholismo, la drogodependencia y las situaciones de desatada violencia y rencor en el seno de las propias familias por motivos inconfesables. Luego están la poligamia y los matrimonios combinados y lo que es más: “Avanza en muchos países una desconstrucción jurídica de la familia que tiende a adoptar formas basadas casi exclusivamente en el paradigma de la autonomía de la voluntad. Si bien es legítimo y justo que se rechacen viejas formas de familia “tradicional”, caracterizadas por el autoritarismo e incluso por la violencia, esto no debería llevar al desprecio del matrimonio sino al redescubrimiento de su verdadero sentido y a su renovación. La fuerza de la familia reside esencialmente en su capacidad de amar y enseñar a amar. Por muy herida que pueda estar una familia, esta puede crecer gracias al amor”.
            En el número 54 el Pontífice apela al realismo. Por supuesto que hay cosas que actualmente han mejorado, pero no tanto como fuera de desear. La violencia conyugal, por ejemplo, tanto verbal como física y sexual es una triste realidad que ensombrece todos los días la luz natural del matrimonio y la familia. Sin mencionar el término árabe, hace referencia explícita a la mutilación genital de las mujeres árabes. Hablando de las injustas desigualdades hace esta matización: “La historia lleva las huellas de los excesos de las culturas patriarcales, donde la mujer era considerada de segunda clase, pero recordemos también el alquiler de vientres o la instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino en la actual cultura mediática”.
            El número 56 resulta particularmente atractivo e interesante porque tiene como principio de referencia ontológica la diferencia entre persona y personalidad. Es claro que todos somos iguales, pero sólo hasta donde empezamos a ser diferentes. Todos en efecto, hombres y mujeres, somos iguales como personas; pero muy desiguales en personalidad. No es este el momento de explicar esta afirmación porque nos llevaría muy lejos, pero el Papa aplica esta distinción magistralmente con palabras sencillas a los problemas familiares derivados de una ideología malsana sobre la igualdad y desigualdades entre las personas humanas. Por su importancia y oportunidad me limito a reproducir íntegramente el nº 56.
            “Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo». Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que « el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar».
            Por otra parte, «la revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como la paternidad y la maternidad, se han convertido en realidades componibles y descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas». Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada”.
            El capítulo termina con una invitación al realismo. En la vida matrimonial y familiar hay muchas sombras pero también muchas luces amorosas y resplandecientes. Por lo mismo, “no caigamos en la trampa de desgastarnos en lamentos autodefensivos, en lugar de despertar una creatividad misionera”.

3. La mirada puesta en Jesús: vocación de la familia

            El capítulo tercero, dice Francisco, es “una síntesis de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia”. Pero no como una mera defensa de doctrina fría y sin vida, sino como un anuncio del amor de Dios y de ternura a la luz del Evangelio. Sustancialmente no hay en este capítulo nada nuevo en cuanto a su contenido, pero sí en cuanto al estilo pastoral de proclamarlo. Me limito a recordar algunas afirmaciones que más me han llamado la atención por su talente realista y pastoral.
            Jesús renueva y lleva a su plenitud el proyecto divino. En este contexto el matrimonio es un regalo  “y ese regalo de Dios incluye la sexualidad”. Sobre la indisolubilidad original del matrimonio no hay margen para negociaciones caprichosas. La encarnación del Verbo en una familia humana en Nazaret conmueve con su novedad la historia del mundo. Remata el análisis bíblico con estas palabras del beato Pablo VI: “Lección de vida doméstica. Enseñe Nazaret lo que es la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable; enseñe lo dulce e insustituible que es su pedagogía; enseñe lo fundamental e insuperable de su sociología”.
            Luego el Pontífice nos da un paseo por diversos documentos del Magisterio de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia desde el Concilio Vaticano II hasta Benedicto XVI. Hablando del matrimonio como sacramento destaca que “el sacramento del matrimonio no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso”. El matrimonio cristiano es una vocación específica y por lo mismo, “la decisión de casarse y de crear una familia debe ser fruto de un discernimiento vocacional”. En este contexto:”La unión sexual, vivida de modo humano y santificada por el sacramento, es a su vez camino de crecimiento en la vida de la gracia para los esposos”. El valor de la unión de los cuerpos está expresado en las palabras del consentimiento, donde se aceptaron y se entregaron el uno al otro para compartir toda la vida”. Así las cosas, la sexualidad matrimonial tiene un significado específico y queda liberada de cualquier ambigüedad. El Pontífice comenta la importancia de que sean los propios contrayentes los ministros del sacramento. Por lo demás, los padres sinodales destacaron el hecho de que “el orden de la redención ilumina y cumple el de la creación. El matrimonio natural, por tanto, se comprende plenamente a la luz de su cumplimiento sacramental”.
            En el matrimonio natural se dan cita la unidad, la apertura a la vida, la fidelidad y la indisolubilidad, todo lo cual se consolida y ennoblece aún más en el sacramento del matrimonio. Incluso fuera del verdadero matrimonio natural sin ser sacramento, a pesar de las sombras que puedan haber, pueden encontrase valores humanos universales y los agentes de la pastoral matrimonial han de tenerlo también en cuenta.
            Hechas estas aclaraciones, el texto papal habla de fieles que simplemente conviven. Otros han contraído matrimonio sólo civil. Por otra parte están los divorciados que se han vuelto a casar. Estas formas de convivencia matrimonial son imperfectas porque no se ajustan al ideal de perfección propuesto por Dios y reflejado en el Evangelio. Pero ello no justifica que las personas así unidas sean pastoralmente olvidadas y abandonadas a su mala suerte, lo cual tampoco cuadra con el amor de Dios y su insondable misericordia sin discriminaciones personales.
            El Pontífice apuntala el número 78 con estas palabras que no tienen pastoralmente desperdicio: “Cuando la unión alcanza una estabilidad notable mediante un vínculo público –y está connotada de afecto profundo, de responsabilidad por la prole, de capacidad de superar las pruebas – puede ser vista como una oportunidad para acompañar hacia el sacramento del matrimonio, allí donde sea posible”.
            Por otra parte, el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos y puede haber muchos factores que limiten la capacidad de decisión. De ahí que los agentes pastorales hayan de aprender a presentar el ideal del matrimonio cristiano con claridad y sin rebajas de temporada, pero al mismo tiempo evitando juicios personales que no tienen en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, prestando atención al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición.
            En este mismo contexto el documento papal presta particular atención al quehacer matrimonial de transmitir la vida y educar a los hijos. El ambiente social y cultural reinante no favorece el ejercicio responsable de estas dos funciones vitales y el Papa insiste en la opción cristiana como la mejor, recordando que el matrimonio debe ser por encima de todo una comunidad conyugal de vida y amor. En cualquier caso, ya se trate del matrimonio simplemente natural o de su culminación en el matrimonio cristiano y sacramental,  esta unión está ordenada a la generación por su propio carácter natural. “El niño que llega no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento. No aparece al final de un proceso, sino que está presente desde el inicio del amor como una característica esencial que no puede ser negada sin mutilar al mismo amor”.
            Desde el comienzo el amor verdadero entre los esposos “rechaza todo impulso de cerrarse en sí mismo, y se abre a una fecundidad que lo prolonga más allá de su propia existencia. Entonces, ningún acto genital de los esposos puede negar este significado, aunque por diversas razones no siempre pueda de hecho engendrar una nueva vida”. Dios encomendó a los casados como quehacer específico la responsabilidad del futuro de la humanidad a través de la transmisión de la vida humana. Todo esto choca con una mentalidad obsesionada por modelar la institución matrimonial a la medida del gusto e intereses egoístas de los consumidores.
            El Pontífice remata el nº 82 con pocas palabras para que el buen entendedor entienda el significado realista de las mismas. Nada nuevo pero es indispensable recordarlo para que quienes no lo saben lo aprendan y quienes ya lo saben no lo olviden: “En este contexto- matiza Francisco- no puedo dejar de decir que, si la familia es el santuario de la vida, constituye una contradicción lacerante que se convierta en el lugar donde la vida es negada y destrozada… de ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser humano. La familia protege la vida en todas sus etapas y también en su ocaso. Por eso, a quienes trabajan en las estructuras sanitarias se les recuerda la obligación moral de la objeción de conciencia. Del mismo modo, la Iglesia no sólo siente la urgencia de afirmar el derecho a la muerte natural, evitando el ensañamiento terapéutico y la eutanasia, sino también rechaza con firmeza la pena de muerte”.
            Por lo que se refiere al deber de educar a los hijos el Pontífice recuerda que la educación integral de los hijos es una obligación muy grave y un derecho primario de los padres. El Estado tiene una función subsidiaria en esta materia y nunca puede suplantar a la familia, cuya función educativa básica es indelegable. Pero también en este campo las relaciones familia-Estado han entrado en una crisis profunda y la Iglesia tiene que acompañar y estar al lado de las familias cuando el Estado abusa de sus atribuciones educativas ejerciendo derechos en ese campo que no le corresponden.
           
 4. El amor en el matrimonio

            Como dije al principio, este capítulo y los dos siguientes son los más recomendados por el propio Pontífice  y en ellos se explaya a sus anchas de una manera muy personalizada. La palabra amor es una de las más utilizadas y desfiguradas del diccionario y cuando tal desfiguración tiene lugar en el contexto del amor matrimonial las consecuencias son muy malas. En el amor matrimonial podemos encontrar formas muy bellas y admirables de conducta, pero también otras que son corruptas y hasta patológicas. Para poner las cosas en su sitio de una manera realista el Pontífice empieza haciendo un análisis exegético y psicológico del célebre himno a la caridad de S. Pablo.
            En la vida familiar hemos de tener mucha paciencia sin dejarnos arrastrar por los impulsos agresivos. Dios es infinitamente paciente y misericordioso con el pecador y en ello manifiesta su poder. Lo cual no significa que tengamos que permitir que los demás nos maltraten continuamente o que hayamos de tolerar y aguantar las agresiones físicas, o que nos traten como meros objetos. No podemos esperar que las relaciones conyugales y familiares sean celestiales. El amor conyugal ha de ser comprensivo y compasivo con las debilidades humanas de los demás. Cuando no se tiene en cuenta esto la familia corre el riesgo de convertirse en un campo de batalla. El amor no es sólo un sentimiento sino que lleva consigo el hacer bien a los demás. El pago del amor verdadero es la felicidad inherente a toda buena obra pensando en el bien de los demás a fondo perdido. ¿Envidia o tristeza por el bien ajeno? La envidia es como un gusano maligno que carcome nuestra existencia. ¿Cómo compaginar el amor de un hombre y una mujer unidos en matrimonio con la tristeza del uno por la felicidad del otro? La envidia y el amor son psicológicamente incompatibles y más aún en las relaciones conyugales y familiares.
             Y que nadie se suba a la parra erigiéndose en modelo y maestro de los demás. Cada cual en su casa tiene sus propias virtudes y sus defectos. Según el Evangelio y la experiencia de la vida, la cosa está clara: los que se ensalzan a sí mismos por encima de los demás, por la misma regla de tres serán humillados. El Papa insiste en la necesidad de tener siempre en alza la amabilidad y la ternura. En la vida familiar hay que evitar toda palabra y todo gesto que humille, que genere tristeza, que irrite o signifique desprecio. “En la familia hay que aprender este lenguaje amable de Jesús”.
            Hablando del necesario desprendimiento para amar, hay que evitar dar prioridad al amor a nosotros mismos por encima del amor a los demás. Mala cosa es la avaricia para con nosotros mismos. En este contexto recuerda unas palabras de santo Tomás de Aquino cuando explica “que pertenece más a la caridad querer amar que ser amado, y que, de hecho, las madres, que son las que más aman, buscan más amar que ser amadas”. El amor que hemos recibido gratis de Dios hay que darlo también gratis a los demás y esto adquiere un significado específico en las relaciones conyugales y familiares.
            El amor es también incompatible con las reacciones bruscas ante las debilidades o errores de los demás. Hay que cuidar de no caer en la trampa de la violencia interior con el uso de expresiones de indignación por un quítame de ahí esas pajas. No es que sentir esa indignación rabiosa sea en sí mismo malo. Los sentimientos de agresividad son naturales y muchas veces comprensibles. Lo que es incompatible con el amor es consentirlos y dejarnos arrastrar por ellos. En este sentido el Papa gusta decir a los cónyuges que no terminen nunca el día sin hacer las paces en la familia. Y no es cuestión de ponerse de rodillas ante nadie. La experiencia enseña que un pequeño gesto amoroso e insignificante puede devolver la paz conyugal mucho mejor que las explicaciones forzadas y retóricas.
            Por otra parte, el rencor es como una carcoma sicológica que sólo tiene remedio con el perdón, pedido y ofrecido recíprocamente. El Pontífice recuerda con mucho realismo a este respecto que es prácticamente imposible perdonar a los demás si previamente no hemos querido reconocer y aceptar el perdón y la misericordia de Dios para con nosotros mismos. En este contexto los sentimientos de venganza tienen el terreno abonado para dar sus frutos indeseables. “Hoy sabemos, recuerda Francisco, que para poder perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora, de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos”. El buscar chivos expiatorios para nuestros errores es un falso alivio y un engaño. Lo que realmente alivia y da vida es la misericordia y el cariño de Dios Padre, que no se compra ni se paga. Con buen fundamento semántico de las palabras, el Papa recuerda que el alegrarse con el mal ajeno viendo que se comete alguna injusticia contra alguien, es una actitud moral venenosa que ha de ser desterrada de la vida conyugal y familiar. Por lo demás, eso de que la caridad ha de  disculparlo todo no casa con la contracultura actual del amor.
            El Pontífice explica cómo disculpar y reconocer atenuantes en la conducta de las personas no significa ser ingenuos, favoreciendo cualquier trato injusto recibido. Disculpar no significa darlo todo por bueno como si no hubiera personas con mala intención o que se aprovechan malignamente de la bondad de los demás. El amor convive con la imperfección, reconoce la existencia de atenuantes y sabe guardar silencio saludable ante las comprensibles debilidades de la persona amada. Eso es tolerar en nombre del amor y no comulgar con ruedas de molino.
            ¿Confianza entre los cónyuges? El amor verdadero (no el patológico) no ata a nadie contra su voluntad sino que genera amplios márgenes de confianza. En este sentido el Papa escribe: “El amor confía, deja en libertad, renuncia a controlarlo todo, a poseer, a dominar”. De ahí la posibilidad de abrir ventanas de apertura al mundo más allá del reducido círculo familiar.
            En esta misma línea la familia sana es como un nido de esperanza “porque incluye la certeza de una vida más allá de la muerte”. Desde esta perspectiva se comprende que en la trinchera de la familia sea posible soportar situaciones duras de la vida y más aún ambientes sociales hostiles. El Papa remata el número 119 con estas palabras: “El amor no se deja dominar por el rencor, el desprecio hacia las personas, el deseo de lastimar o de cobrarse algo. El ideal cristiano, y de modo particular en la familia, es amor a pesar de todo. A veces me admira, por ejemplo, la actitud de personas que han debido separarse de su cónyuge para protegerse de la violencia física y, sin embargo, por la caridad conyugal que sabe ir más allá de los sentimientos, han sido capaces de procurar su bien, aunque sea a través de otros, en momentos de enfermedad, de sufrimiento o de dificultad. Eso también es amor a pesar de todo”.
            Una vez terminado el análisis del canto paulino al amor pasa a la aplicación práctica del mismo en la vida familiar. De entrada dice que el matrimonio “es una unión afectiva, espiritual y oblativa, pero que recoge en sí la ternura de la amistad y la pasión erótica, aunque es capaz de subsistir aun cuando los sentimientos y la pasión se debiliten”. El Papa deja claro en su larga exposición de que el amor matrimonial y sus aditivos eróticos no permiten confundir dicho amor con el amor sexual ni de enamoramiento, que son etapas transitorias y no esenciales al amor. Por otra parte, está el carácter sacramental del matrimonio plenamente cristiano. A este respecto escribe: “Sin embargo, no conviene confundir planos diferentes: no hay que arrojar sobre dos personas limitadas el tremendo peso de tener que reproducir la unión que existe entre Cristo y su Iglesia, porque el matrimonio como signo implica un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios”.
            Hablando de cómo la vida conyugal es toda ella un proyecto en común, el Papa recuerda unas palabras áureas de santo Tomás de Aquino al respecto, cuando dice que después del amor que nos une a Dios, el amor conyugal es la máxima amistad compartida. A esa amistad personal de excelencia el matrimonio agrega la exclusividad indisoluble y de por vida de toda su existencia. De hecho, matiza él, mientras dos personas están auténticamente enamoradas y viven ya anticipadamente la alegría del amor conyugal, no piensan en comprometerse provisoriamente sino de forma definitiva a pesar de las dificultades que puedan surgir. La unión que cristaliza en la promesa matrimonial para siempre es una exigencia de las inclinaciones espontaneas y profundas de la persona humana, y no una mera formalidad social o una tradición cultural, aunque muchos piensen lo contrario. El amor que se rinde ante lo provisorio es un amor débil o enfermo.
            En este contexto me parece oportuno reproducir unas palabras del número 125 del documento papal: “El matrimonio, además, es una amistad que incluye las notas propias de la pasión, pero orientada siempre a una unión cada vez más firme e intensa. Porque (Vaticano II) no ha sido instituido solamente para la procreación sino para que el amor mutuo se manifieste, progrese  y madure según un orden recto”. Se trata de una amistad peculiar entre hombre y mujer, que por ser totalizadora, es también exclusiva, fiel y abierta a la generación. “Se comparte todo, aún la sexualidad, siempre con el respeto recíproco”. El matrimonio verdadero lleva consigo alegría y belleza que brotan de la amplitud del corazón. Ese amor se llama caridad cuando lo que se ama es el alto valor de la persona humana como imagen de Dios, cuya grandeza y dignidad está más allá de los eventuales atractivos físicos o psicológicos. El amor conyugal implica el gusto de valorar y contemplar lo bello y sagrado del ser personal del cónyuge más allá de necesidades y caprichos egoístas. “El amor abre los ojos y permite ver, más allá de todo, cuánto vale un ser humano”. Desde esta experiencia incluso el dolor, reciclado en el amor, puede convertirse en una fuente de experiencia amorosa alegre y feliz. El matrimonio está por encima de toda moda cultural o de mero contrato social. “Su esencia está arraigada en la naturaleza misma de la persona humana y de su carácter social”.
            Dada la importancia de la institución matrimonial, la decisión de casarse no ha de tomarse de forma apresurada ni postergarla indefinidamente. Como reza el dicho popular, cada cosa en su tiempo y los nabos en Adviento. En la convivencia conyugal y familiar Francisco destaca la importancia de acostumbrase a utilizar las palabras: permiso, gracias y perdón. Por lo demás, el matrimonio no es algo que se hace social y o ritualmente y hecho está. Por el contrario, es algo que se siembra, crece y madura con la vida. Con la autoridad de S. Pablo y de santo Tomás de Aquino acuestas Francisco escribe: “El amor matrimonial no se cuida ante todo hablando de la indisolubilidad como una obligación, sino afianzándolo gracias a un crecimiento constante bajo el impulso de la gracia. El amor que no crece comienza a recorrer riesgos, y sólo podemos crecer respondiendo a la gracia divina con más actos de amor, con actos de cariño más frecuentes, más intensos, más generosos, más tiernos, más alegres”.
            Pero fuera “fantasías sobre un amor idílico y perfecto, privado de todo estímulo para crecer. “La propaganda consumista muestra una fantasía que nada tiene que ver con la realidad que deben afrontar, en el día a día, los jefes y jefas del hogar. Es más sano aceptar con realismo los límites, los desafíos o la imperfección, y escuchar el llamado acrecer juntos, a madurar el amor y a cultivar la solidez de la unión, pase lo que pase”.
            Sobre la importancia del diálogo entre los cónyuges Francisco destaca su importancia y la dificultad de llevarlo a cabo. Hay parejas que terminan sin poder verse ni hablarse. Pero sin llegar a esos extremos, lo normal y deseable es que estén siempre dispuestas a hablar –no discutir- para entenderse cada vez mejor. El Papa reconoce de entrada que “varones y mujeres, adultos y jóvenes, tienen maneras distintas de comunicarse, usan lenguaje diferente, se mueven con otros códigos. El modo de preguntar, la forma de responder, el tono utilizado, el momento y muchos factores más, pueden condicionar la comunicación”.
            No obstante, siempre es posible desarrollar actitudes que son expresión de amor y hacen posible el diálogo respetuoso y constructivo. Por ejemplo, para escuchar con interés y paciencia al otro. Para ello hay que “despojarse de toda prisa, dejar a un lado las propias necesidades y urgencias y hacer espacio”. Esto es lo que el Pontífice denomina “ascesis de no empezar a hablar antes del momento adecuado”. Sabemos por experiencia que muchas veces sobran los consejos y que lo que las personas necesitan es que alguien las escuche con paciencia y respeto. Todo lo demás viene por añadidura. Ahora bien, para escuchar al otro es indispensable fijar la atención en la grandeza e importancia de su persona y ponerse en su lugar de indigencia informativa o afectiva.
            La convivencia resulta difícil sin una mente abierta para evitar encerrarse con obsesión en unas pocas ideas. En la vida conyugal se ha de vitar también confundir unidad con uniformidad liberándose de la obligación de ser en todo iguales. Sin olvidar la capacidad de expresar cada uno sus sentimientos y convicciones sin lastimar, utilizando un lenguaje adecuado sin descargar la ira como forma de venganza y evitando “un lenguaje moralizante que sólo busque agredir, ironizar, culpar, herir”. Las discusiones son muy malas consejeras. Hay que cultivar gestos de afecto superando la fragilidad que nos lleva a tener miedo al otro como si fuera un competidor. “Es muy importante fundar la propia seguridad en opciones profundas, convicciones o valores, y no en ganar una discusión o en que nos den la razón”.
            Desde el nº 142 hasta el final del capítulo IV el Pontífice se despacha a placer con un análisis psicológico, ético y pastoral que no tiene desperdicio. En dichos números habla del amor apasionado en la vida matrimonial. Para empezar nos remite al Concilio Vaticano II cuando habla de la dignidad peculiar de las expresiones del cuerpo humano, como signos específicos de la verdadera amistad conyugal. Hasta los místicos más auténticos encuentran símbolos en el amor conyugal más que en otras formas de amistad.
            El ser humano es un viviente cargado de pasiones y emociones. Como decía santo Tomás, experimentar una emoción no es algo moralmente bueno ni malo en sí mismo. Lo malo moralmente está en la decisión libre de alimentar pasiones y sentimientos de maldad, como sería casarse con una persona por pura satisfacción egoísta y no por el amor a la persona, que ha de prevalecer por encima de los gustos y los disgustos. La Iglesia ha sido considerada a veces como aguafiestas de la felicidad sentimental. Como dice Benedicto XVI,  “no han faltado exageraciones o ascetismos desviados en el cristianismo, pero la enseñanza oficial de la Iglesia, fiel a las Escrituras, no rechazó el eros como tal, sino que declaró guerra a su desviación destructora, puesto que la falsa divinización del eros lo priva de su dignidad divina y lo deshumaniza”. Es obvio que lo que se condena no es el eros sino el erotismo o corrupción del eros. Claro que la educación de la emotividad y del instinto es necesaria y exige límites. Pero ello “no implica renunciar a instantes de intenso gozo” en la vida matrimonial.
            Tratándose de la dimensión erótica y de la vida sexual del matrimonio, hay que rechazar cualquier resabio maniqueo, como si en esta materia todo fuera malo y desechable. “De ninguna manera podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un peso a tolerar por el bien de la familia, sino como don de Dios que embellece el encuentro de los esposos”. El sexo es un don y una necesidad y lo que hay que hacer es dignificarlo pasándolo por el espejo de la dignidad humana. No es cuestión de rechazarlo como malo en sí mismo sino de humanizarlo. Este es el gran reto de la educación sexual en general y en el matrimonio.
            Por lo demás, en la vida sexual existen a veces patologías y formas humillantes de egoísmo, como cuando los esposos se tratan mutuamente como un objeto sexual de usar y tirar. Tampoco puede aceptarse una relación sexual matrimonial forzada por los intereses egoístas de los cónyuges. La convivencia sexual en el matrimonio es un asunto muy serio que requiere mucho respeto personal y mutuo acuerdo entre las partes. “Es importante ser claros en el rechazo de toda forma de sometimiento sexual”. La pertenencia de los esposos es mutua y libremente elegida en base al bien incondicional de ambos sin otro pago que la reciprocidad respetuosa y amorosa.
            Reproduzco literalmente el nº 157. “Sin embargo, el rechazo de las desviaciones de la sexualidad y del erotismo nunca debería llevarnos a su desprecio ni a su descuido. El ideal del matrimonio no puede configurarse sólo como una donación generosa y sacrificada, donde cada uno renuncia a toda necesidad personal y sólo se preocupa por hacer el bien al otro sin satisfacción alguna. Recordemos que un verdadero amor sabe también recibir del otro, es capaz de aceptarse vulnerable y necesitado, no renuncia a acoger con sincera y feliz gratitud las expresiones corpóreas del amor en la caricia, el abrazo, el beso y la unión sexual. Benedicto XVI era claro al respecto: «Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad». Por esta razón, «el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y siempre, también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don». Esto supone, de todos modos, recordar que el equilibrio humano es frágil, que siempre permanece algo que se resiste a ser humanizado y que en cualquier momento puede desbocarse de nuevo, recuperando sus tendencias más primitivas y egoístas”. Una vez más se rechaza aquí cualquier connotación maniquea en esta cuestión.
            El Pontífice pone fin al capítulo IV hablando de matrimonio, virginidad, celibato y transformación del amor de cara al futuro. En base a una selecta documentación bíblica y teológica explica cómo y en qué sentido la virginidad es una forma complementaria de amar y aclara cómo se ha de entender correctamente aquello del estado de perfección. La virginidad tiene su propio valor simbólico amoroso y teológico y el estado matrimonial tiene los suyos. “La virginidad y el matrimonio son, y deben ser, formas diferentes de amar, porque el hombre no puede vivir sin amor”. En este contexto “el celibato corre el peligro de ser una cómoda soledad”, y en ese caso “resplandece el testimonio de las personas casadas”.
            Teniendo en cuenta los factores que contribuyen actualmente a la prolongación de la media de vida de las personas en los países desarrollados, el Papa previene contra la tentación de rebajar el amor matrimonial a los días gozosos de la juventud como si con el envejecimiento físico y psíquico dilatado desapareciera nuestra esencia personal, olvidando que el sujeto del amor es la persona y no su personalidad gloriosa y pasajeramente deslumbrante. El Papa advierte que la superación de este obstáculo en la consolidación del amor matrimonial será muy difícil en la práctica sin la ayuda moral de la gracia cristiana.

            5. Amor que se vuelve fecundo

            El matrimonio no se agota en la pareja sino que se alarga en la generación y acogida de la vida. “Sin embargo, numerosos niños desde el inicio son rechazados, abandonados, les roban su infancia y su futuro”. Es vergonzoso oír decir que fue un error que vinieran al mundo”. Se castiga así brutalmente a los niños por los errores de los adultos”. La familia numerosa es una alegría pero, como decía S. Juan Pablo II, “la paternidad responsable no es procreación ilimitada o falta de conciencia de lo que implica educar a los hijos, sino más bien la facultad que los esposos tienen de usar su libertad inviolable de modo sabio y responsable, teniendo en cuenta tanto las realidades sociales y demográficas, como su propia situación y sus deseos legítimos”. Con su maternidad la mujer participa del misterio de la creación, que se renueva en la generación humana.
            La mujer embarazada puede participar de ese proyecto de Dios soñando a su hijo. Es más: “con los avances de las ciencias hoy se puede reforzar ese sueño feliz conociendo de antemano todas las características somáticas inscritas en su código genético ya en estado embrionario”. Así las cosas, los buenos padres esperan y acogen al hijo porque es su hijo y no por otros motivos inconfesables o egoístas. Los padres deben aceptar y acoger al hijo sólo por amor, gratuitamente y sin condiciones, que es como Dios Padre nos acoge a todos nosotros. Francisco pide a las madres en marcha que no empañen la alegría de la vida y grandeza de su maternidad. Pero “sin obsesionarse”. Todo niño tiene derecho natural sin excepción “a recibir el amor de una madre y de un padre, ambos necesarios para su maduración íntegra y armoniosa”. El hijo no puede ser reducido a un mero capricho de posesión egoísta. “El sentimiento de orfandad que viven hoy muchos niños y jóvenes, matiza el Papa, es más profundo de lo que pensamos” y añora la presencia materna. “Valoro, dice, el feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad”. Una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana.
            Lo dicho sobre la necesidad de la presencia materna en la acogida y educación de los hijos vale para la presencia de la figura paterna. Cuando falta la presencia de los padres con su personalidad masculina y femenina bien definida, la maduración y la felicidad de los hijos resultan muy difíciles. No en vano se habla ya de sociedad sin padres. Pero al mismo tiempo hay que evitar dos extremos odiosos de esa presencia paterna: el paternalismo autoritario y el dejar a los niños abandonados al ritmo de sus instintos y caprichos emocionales. En este contexto las ofertas de distracción que ofrecen hoy día los medios de comunicación suelen hacer con frecuencia las veces de aquellos padres irresponsables que se desentienden de sus deberes esenciales para con sus hijos. Pero cada cosa en su sitio. “Decir presente no es lo mismo que decir controlador. Porque los padres demasiado controladores anulan a sus hijos”.
              Hablando de la maternidad ampliada cabe destacar los siguientes tópicos. Muchas parejas no pueden tener hijos y ello es causa de sufrimiento. Por otra parte, “sabemos también que el matrimonio no ha sido instituido solamente para la procreación”. Más aún, “la maternidad no es una realidad exclusivamente biológica, sino que se expresa de diversas maneras”.
            En este contexto el Pontífice habla de la adopción “sobre todo en los casos de hijos no deseados o en orden a prevenir el aborto o el abandono”. En cualquier caso “el interés superior del niño debe primar en los procesos de adopción y acogida”. Y por supuesto, “se debe frenar el tráfico de niños entre países y continentes mediante medidas legislativas y el control estatal”. Francisco recuerda también que “la procreación o la adopción no son las únicas maneras de vivir la fecundidad del amor”.
            La familia no puede encerrarse en sí misma como una isla perdida en el inmenso océano de la sociedad. La familia es el nexo natural y equilibrado entre lo público y lo privado. Ni siquiera Cristo creció en una familia cerrada a su entorno social, como consta por los relatos evangélicos. En este orden de cosas Francisco afirma que Dios ha confiado a la familia el proyecto de hacer doméstico al mundo y su fecundidad se amplía y se traduce en miles de maneras de hacer presente el amor de Dios en la sociedad. Una explicación mística y cristiana de este fenómeno de la maternidad ampliada la encuentra el Papa en su exégesis de la Eucaristía, que reclama la integración en un único cuerpo eclesial.
            Después de hablar de la familia pequeña sobre los padres, sus hijos y su ampliación social, habla de la familia grande. La moneda tiene también otra cara y los casados han de desprenderse de los propios padres en lo que es necesario para crear libremente su propia familia con libertad económica y afectiva. Lo cual no dispensa a los hijos del respeto y las atenciones debidas a los abuelos y ancianos. Por el trato familiar a los ancianos se puede tasar la catadura ética y humana de una civilización. No se priva el Pontífice de hacer una apología del valor pedagógico de los relatos familiares de los abuelos, abatidos tal vez físicamente, pero psicológicamente boyantes. ¿Y qué decir de las relaciones entre hermanos dentro de la familia?
            Reproduzco el nº. 197: “Esta familia grande debería integrar con mucho amor a las madres adolescentes, a los niños sin padres, a las mujeres solas que deben llevar adelante la educación de sus hijos, a las personas con alguna discapacidad que requieren mucho afecto y cercanía, a los jóvenes que luchan contra una adicción, a los solteros, separados o viudos que sufren la soledad, a los ancianos y enfermos que no reciben el apoyo de sus hijos, y en su seno tienen cabida «incluso los más desastrosos en las conductas de su vida. También puede ayudar a compensar las fragilidades de los padres, o detectar y denunciar a tiempo posibles situaciones de violencia o incluso de abuso sufridas por los niños, dándoles un amor sano y una tutela familiar cuando sus padres no pueden asegurarla”. Sin olvidar que “en esta familia grande están también el suegro, la suegra y todos los parientes del cónyuge”, a los cuales hay que tratar con delicadeza evitando verlos como seres peligrosos o invasores. Un humorista comenta que el Papa tal vez se ha olvidado de destacar la dificultad que entraña el dispensar ese trato familiar tan generoso y justo a las suegras.       

6. Algunas perspectivas pastorales

            El Papa habla de nuevos caminos pastorales en los asuntos del matrimonio y la familia y recuerda que “es necesario no quedarse en un anuncio meramente teórico y desvinculado de los problemas reales de las personas”. No se trata sólo de presentar normas sino de proponer valores contra una cultura de mercado que desequilibra la vida familiar. Así de claro: ”Junto a una pastoral específicamente orientada a las familias, se nos plantea la necesidad de una educación más adecuada de los presbíteros, los diáconos, los religiosos y las religiosas, los catequistas y otros agentes pastorales. En las consultas enviadas a todo el mundo, se ha destacado que a los ministros ordenados les suele faltar formación adecuada para tratar los complejos problemas actuales de las familias” y se echa en falta la experiencia de la tradición oriental de los sacerdotes casados”. Se recomienda por ello que las familias acompañen todo el proceso formativo de los futuros sacerdotes sin excluir la presencia femenina. El principal objetivo de las instituciones de pastoral familiar es “ayudar a cada uno para que aprenda a amar a esta persona concreta con la que pretende compartir toda la vida”. Al final de una serie de reflexiones sobre el asunto dice el Papa: “Para dar un sencillo ejemplo, recuerdo el día de san Valentín, que algunos países es mejor aprovechado por los comerciantes que por la creatividad de los pastores” de la familia.
            En la preparación para el matrimonio los agentes pastorales han de tener como guía mental el que la opción de casarse es de por vida y que su misión principal es “ayudar a descubrir que el matrimonio no puede entenderse como algo acabado”, sino un proceso dinámico de maduración del amor matrimonial de día y de noche con tropiezos y aciertos. Una de las causas que llevan a rupturas matrimoniales es tener expectativas demasiado altas sobre la vida conyugal. La realidad de la vida práctica hace pensar en la conveniencia pastoral de considerar el matrimonio como un camino de maduración del amor superando muchos obstáculos en el camino y no como algo ya perfecto y acabado desde el principio.
            Por otra parte, la planificación familiar requiere diálogo sincero y consenso entre los esposos respetando los tiempos y la dignidad de cada uno de los miembros de la pareja. Las decisiones entre ellos han de estar libres de los condicionamientos ambientales. La maduración del amor matrimonial no se improvisa sino que requiere tiempo. En este contexto el Pontífice escribe: “Este camino es una cuestión de tiempo. El amor necesita tiempo disponible y gratuito, que coloque otras cosas en un segundo lugar. Hace falta tiempo para dialogar, para abrazarse sin prisa, para compartir proyectos, para escucharse, para mirarse, para valorarse, para fortalecer la relación. A veces, el problema es el ritmo frenético de la sociedad, o los tiempos que imponen los compromisos laborales. Otras veces, el problema es que el tiempo que se pasa juntos no tiene calidad. Sólo compartimos un espacio físico pero sin prestarnos atención el uno al otro. Los agentes pastorales y los grupos matrimoniales deberían ayudar a los matrimonios jóvenes o frágiles a aprender a encontrarse en esos momentos, a detenerse el uno frente al otro, e incluso a compartir momentos de silencio que los obliguen a experimentar la presencia del cónyuge”.
            Y a propósito de matrimonios jóvenes: “A los matrimonios jóvenes también hay que estimularlos a crear una rutina propia, que brinda una sana sensación de estabilidad y de seguridad, y que se construye con una serie de rituales cotidianos compartidos. Es bueno darse siempre un beso por la mañana, bendecirse todas las noches, esperar al otro y recibirlo cuando llega, tener alguna salida juntos, compartir tareas domésticas. Pero al mismo tiempo es bueno cortar la rutina con la fiesta, no perder la capacidad de celebrar en familia, de alegrarse y de festejar las experiencias lindas. Necesitan sorprenderse juntos por los dones de Dios y alimentar juntos el entusiasmo por vivir. Cuando se sabe celebrar, esta capacidad renueva la energía del amor, lo libera de la monotonía, y llena de color y de esperanza la rutina diaria”.
            ¿Y si uno de los cónyuges no está bautizado o si lo está, no quiere compartir su fe con el otro? Obviamente esta situación da lugar a una situación dolorosa, pero el Papa insiste en la posibilidad de encontrar valores de referencia susceptibles de ser compartidos por los dos. De todos modos, las parroquias deben estar preparadas para acoger y atender todas las urgencias familiares. A veces ocurre que matrimonios que se celebraron en la Iglesia a bombo y platillo fracasan y si te visto no me acuerdo.
            En estos casos el bautismo de los hijos, la primera comunión, los funerales y casamientos de parientes o amigos brindan una ocasión muy favorable para iluminar oscuridades y allanar caminos, si no de vuelta, sí de respeto y reconciliación. Como no podía ser de otra manera, el Papa no se priva de decir que la pastoral misionera del matrimonio no puede reducirse a ser una fábrica de cursos meramente académicos a los que asistirán pocos y de mala gana. Hay que encontrar motivaciones más cercanas a la vida real y sentimental de los futuros cónyuges.
            Terminados los grandes proyectos y fervores emocionales del noviazgo, ¿qué pasa después? Llegan las crisis, angustias y dificultades matrimoniales y familiares. La historia de una familia está casi siempre surcada por crisis de todo tipo y es entonces cuando los agentes pastorales tienen que demostrar su competencia acompañando con realismo y comprensión a las parejas en dificultad. Los recién casados empiezan una nueva andadura y tienen que aprender progresivamente a quererse sin negar los problemas, esconderlos o relativizar su importancia real. Han de evitar igualmente el silencio mezquino y tramposo. El Papa destaca el hecho de que la mayoría de las parejas en situaciones difíciles no suele acudir a los agentes pastorales, lo cual es un factor muy a tener en consideración para saber cómo actuar de forma prudente y satisfactoria.
            Las crisis más conocidas son las siguientes. 1) La crisis de los comienzos hasta que los cónyuges se despegan de sus padres y aprenden a compatibilizar sus diferencias de personalidad, gustos e ilusiones. 2) Crisis de la llegada del primer hijo con sus desafíos emocionales. 3) Crisis de la crianza y educación de los hijos. 4) Crisis cuando los hijos llegan a la adolescencia. A todo esto hay que añadir las crisis personales de cada cónyuge y los conflictos con sus familias respectivas y con los amigos.
            Pero algún tipo de reconciliación, por muy difícil que pueda parecer, es siempre posible y por ello el Papa asume la convicción de los obispos sinodales en el sentido de que “un ministerio dedicado a aquellos cuya relación matrimonial se ha roto parece particularmente urgente”. Las viejas heridas desde la infancia no curadas se reflejan antes o después en la convivencia matrimonial y es indispensable enseñar a perdonar y ser perdonados y el Papa insiste en la necesidad del acompañamiento pastoral después de las rupturas y los divorcios. “Hay que reconocer que hay casos donde la separación es inevitable” y los agentes pastorales tienen que aprender a discernir pastoralmente para ayudar “a los separados, los divorciados y los abandonados”.
            1) Divorciados que no se han vuelto a casar. Los hay que a pesar de todo siguen siendo testigos de la fidelidad matrimonial y la Eucaristía es su mejor alimento para permanecer en este estado de fidelidad sin rencores ni malos tratos. 2) Personas divorciadas que viven en nueva unión. Hay que ayudar a estas personas  a no sentirse excomulgadas de la comunión eclesial y de obras buenas que pueden realizar, lo cual no significa rebajar la exigencia de la indisolubilidad matrimonial. El trato caritativo está por encima de todo otro criterio pastoral. Tratar con caridad a las personas en situaciones anómalas no significa aprobar nada incorrecto sino ayudar con a resolver con dignidad sus problemas. 3) En este contexto caritativo el Papa hizo suya la sugerencia sinodal sobre “la necesidad de hacer más accesibles y ágiles (incluso gratuitos) los procedimientos para el reconocimiento de los casos de nulidad”. Medida que ya está en marcha. 4) Consecuencias de la separación o del divorcio sobre los hijos, los cuales son siempre víctimas inocentes. ¡Y mucho cuidado con tratar a los hijos en esas situaciones como rehenes o envenenarlos hablando mal con ellos de su padre o de su madre! El divorcio es hoy día un mal en aumento y por ello “las comunidades cristianas no deben dejar solos a los padres divorciados en nueva unión”.
            El Papa habla de algunas situaciones complejas que dificultan la solución pastoral de las parejas. 1) Matrimonios mixtos. O lo que es igual, los matrimonios entre católicos y otros bautizados. En estos casos se recomienda “una colaboración cordial entre el ministro católico y el no católico, ya desde el tiempo de la preparación y la boda”. A este respecto el Papa remite a las normas ya establecidas para discernir los casos en los que se acepta el acceso a la Eucaristía cuando se trata de matrimonios entre católicos y ortodoxos, habida cuenta de que comparten plenamente los sacramentos del bautismo y del matrimonio. 2) Matrimonios con disparidad de culto. Ahora se trata de matrimonios entre una persona católica y otra no bautizada. Por ejemplo, un hombre católico con una mujer árabe o no-creyente. En estos casos las crisis matrimoniales de complican mucho, sobre todo en los países donde no existe libertad religiosa o incluso son perseguidas las prácticas religiosas sanas. En estos casos tanto el cónyuge católico como el no católico necesitan de más ayuda pastoral para sobrevivir en paz en familia. En todas estas situaciones “la Iglesia, matiza el Papa, hace suyo el comportamiento del Señor Jesús que en un amor ilimitado se ofrece a todas las personas sin excepción”. 3) ¿También a los homosexuales y a las familias monoparentales? Sí, también, pero poniendo a cada cual en su sitio.
            Hay muchas personas con tendencias homosexuales, lo cual puede complicar y perturbar seriamente la convivencia matrimonial y familiar. El criterio pastoral en estos casos es el siguiente. “Toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar todo signo de discriminación injusta”. Es claro que como personas, todos somos iguales más allá de nuestra condición sexual. Pero los comportamientos homosexuales concretos son muy distintos e indeseables de los normales y corrientes. El respeto y caridad con la persona homosexual no justifica bajo ningún concepto el ejercicio práctico de la tendencia homosexual. Como tampoco se puede justificar el ejercicio corrupto de la heterosexualidad. Retomando el discurso papal me parece oportuno reproducir ahora los números 251-252 del documento.
              “En el curso del debate sobre la dignidad y la misión de la familia, los Padres sinodales han hecho notar que los proyectos de equiparación de las uniones entre personas homosexuales con el matrimonio, «no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia [...] Es inaceptable que las iglesias locales sufran presiones en esta materia y que los organismos internacionales condicionen la ayuda financiera a los países pobres a la introducción de leyes que instituyan el “matrimonio” entre personas del mismo sexo».
            Las familias monoparentales tienen con frecuencia origen a partir de «madres o padres biológicos que nunca han querido integrarse en la vida familiar, las situaciones de violencia en las cuales uno de los progenitores se ve obligado a huir con sus hijos, la muerte o el abandono de la familia por uno de los padres, y otras situaciones. Cualquiera que sea la causa, el progenitor que vive con el niño debe encontrar apoyo y consuelo entre las familias que conforman la comunidad cristiana, así como en los órganos pastorales de las parroquias. Además, estas familias soportan a menudo otras problemáticas, como las dificultades económicas, la incertidumbre del trabajo precario, la dificultad para la manutención de los hijos, la falta de una vivienda».
            ¿Y cuando la muerte clava su aguijón en la familia? ¿Cómo afrontar una mujer la muerte de su marido  o de sus hijos? ¿Cómo afrontar un marido la muerte de su esposa y de sus hijos? ¿Cómo afrontar los hijos la muerte de sus padres? ¡Viudas, viudos y huérfanos! ¿Para qué sirvió todo? El Papa se despacha a placer ofreciendo consuelo y esperanza para estas situaciones dramáticas de la vida familiar con realismo y anclaje en la esperanza cristiana de Cristo resucitado de entre los muertos.

 7. Fortalecer la educación de los hijos

            Para bien o para mal, recuerda el Papa, los padres siempre inciden en el desarrollo moral de sus hijos. De ahí que el derecho de engendrarlos no tiene sentido sin la obligación de educarlos lo mejor posible. ¿A dónde van y qué hacen los hijos? El capítulo presente es un pequeño tratado de pedagogía paterna y materna. La madurez de los hijos no es sólo algo que viene programado en el código genético. Hay que ayudarlos a madurar su personalidad para que aprendan a ser personas libres y responsables. Pero con amor, paciencia, de forma progresiva ayudándoles a caminar de lo imperfecto a lo más pleno y en un lenguaje asequible para ellos.
            “Además, esta formación debe realizarse de modo inductivo, de tal manera que el hijo pueda llegar a descubrir por sí mismo la importancia de determinados valores, principios y normas, en lugar de imponérselos como verdades irrefutables”. No basta saber lo que hay que hacer para hacerlo, aunque esto sea psicológicamente prioritario. El mero conocer el bien no arrastra automáticamente a la voluntad para ponerlo en práctica. La libertad es algo grandioso pero podemos echarla a perder si no llegamos a actuar en la vida correctamente movidos personalmente desde dentro. Por lo demás, no hay que confundir el orden y la disciplina personal amorosamente asumida con los castigos paternos cuando no son otra cosa que expresiones de ira incontrolada y de debilidad antipedagógica.
            Así de claro: “Lo fundamental es que la disciplina no se convierta en una mutilación del deseo, sino en un estímulo para ir siempre más allá. ¿Cómo integrar disciplina con inquietud interior? ¿Cómo hacer para que la disciplina sea límite constructivo del camino que tiene que emprender un niño y no un muro que lo anule o una dimensión de la educación que lo acompleje? Hay que saber encontrar un equilibrio entre dos extremos igualmente nocivos: uno sería pretender construir un mundo a medida de los deseos del hijo, que crece sintiéndose sujeto de derechos pero no de responsabilidades.
            El otro extremo sería llevarlo a vivir sin conciencia de su dignidad, de su identidad única y de sus derechos, torturado por los deberes y pendiente de realizar los deseos ajenos”. Paciencia de Job y realismo. El pedir demasiado al niño sólo conduce a no conseguir nada. “La persona, apenas pueda librarse de la autoridad, posiblemente dejará de obrar el bien”.
            Las carencias afectivas y la mala imagen de los padres son factores pedagógicamente nefastos y el nº 273 es taxativo y realista en extremo: “Cuando se proponen valores, hay que ir poco a poco, avanzar de diversas maneras de acuerdo con la edad y con las posibilidades concretas de las personas, sin pretender aplicar metodologías rígidas e inmutables. Los aportes valiosos de la psicología y de las ciencias de la educación muestran la necesidad de un proceso gradual en la consecución de cambios de comportamiento, pero también la libertad requiere cauces y estímulos, porque abandonarla a sí misma no garantiza la maduración. La libertad concreta, real, es limitada y condicionada. No es una pura capacidad de elegir el bien con total espontaneidad.
            No siempre se distingue adecuadamente entre acto «voluntario» y acto «libre». Alguien puede querer algo malo con una gran fuerza de voluntad, pero a causa de una pasión irresistible o de una mala educación. En ese caso, su decisión es muy voluntaria, no contradice la inclinación de su querer, pero no es libre, porque se le ha vuelto casi imposible no optar por ese mal. Es lo que sucede con un adicto compulsivo a la droga. Cuando la quiere lo hace con todas sus ganas, pero está tan condicionado que por el momento no es capaz de tomar otra decisión. Por lo tanto, su decisión es voluntaria, pero no es libre. No tiene sentido «dejar que elija con libertad», ya que de hecho no puede elegir, y exponerlo a la droga sólo aumenta la dependencia. Necesita la ayuda de los demás y un camino educativo”.
            El Pontífice habla después minuciosamente de la vida familiar como contexto educativo y destaca la necesidad de que los niños aprendan en familia a reaccionar ante la influencia negativa que puedan tener los medios de comunicación social y las modernas técnicas de comunicación avanzadas. Pero de forma razonable y progresiva sin exigir a los niños que a la primera de cambio actúen como adultos. En el contexto familiar han de aprender a ser justos, civilizados y sociables. Sin olvidar la necesidad de que sea también en el contexto familiar donde aprendan a afrontar los problemas del dolor y de la muerte sin traumas ni miedos infundados. “En el hogar también se pueden replantear los hábitos de consumo para cuidar juntos la casa común: «La familia es el sujeto protagonista de una ecología integral, porque es el sujeto social primario, que contiene en su seno los dos principios-base de la civilización humana sobre la tierra: el principio de comunión y el principio de fecundidad».       
            Igualmente, los momentos difíciles y duros de la vida familiar pueden ser muy educativos. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando llega una enfermedad, porque «ante la enfermedad, incluso en la familia surgen dificultades, a causa de la debilidad humana. Pero, en general, el tiempo de la enfermedad hace crecer la fuerza de los vínculos familiares [...] Una educación que deja de lado la sensibilidad por la enfermedad humana, aridece el corazón; y hace que los jóvenes estén “anestesiados” respecto al sufrimiento de los demás, incapaces de confrontarse con el sufrimiento y vivir la experiencia del límite”. Frente a las dificultades que muchas veces surgen contra el ejercicio del derecho y deber educativo de los padres el Pontífice recuerda que “hay que afirmar decididamente la libertad de la Iglesia de enseñar la propia doctrina y el derecho a la obligación de conciencia por parte de los educadores”.
            ¿Educación sexual de los hijos en el contexto familiar? Por supuesto que sí. El Pontífice se limita a refrendar esta idea tomada del Vaticano II con algunas observaciones prácticas de gran calado pedagógico. 1) La información sobre asuntos relacionados con la vida sexual deben llegar a los niños en el momento apropiado y de una manera adecuada a su edad. 2) El lenguaje utilizado debe ser nuevo y adecuado al tiempo en que los niños y adolescente empiezan a plantearse el tema de la sexualidad. 3) Enseñarles a descubrir el significado auténtico del pudor humano como defensa de la persona que resguarda su interioridad. Con ello se vitará el riesgo de reducir el afecto y la sexualidad a obsesiones concentradas en la sexualidad morbosa que puede llevar incluso a la violencia haciendo imposible la experiencia del amor verdadero. 4) Evitar que la educación sexual se concentre en aprender a tener “sexo seguro”, sin hijos ni enfermedades para asegurar el disfrute narcisista de la sexualidad al margen de toda responsabilidad. 5) La educación sexual implica por encima de todo mucho respeto personal y ternura compartida. 6) No confundir la atracción sexual momentánea con la ilusión de la unión. Sin amor esa unión deja a los desconocidos tan solos como estaban antes o peor. 7) La educación sexual debe incluir también el respeto y la valoración de las diferencias para aceptar el propio cuerpo, tal como ha sido creado, perdiendo el miedo a las diferencias de personalidad, para poder dedicarse cada uno de los cónyuges a actividades laborales nobles sin perjuicio de la condición sexual de cada uno.
            Por otra parte es obvio que los matrimonios cristianos deben enseñar a sus hijos la necesidad y hermosura de la de fe y su manifestación en obras buenas de servicio a los demás. Pero la educación en la fe debe hacerse respetando la personalidad e idiosincrasia de los niños con amor y sin imposiciones que impiden el desarrollo deseable de su libertad. Otro aspecto importante es seguir el ejemplo de los apóstoles, “que no despreciaban a los demás, no estaban recluidos en pequeños grupos selectos, aislados de la vida de su gente”. La familia es por diversos motivos sujeto cualificado de acción educativa y pastoral.

8. Acompañar, discernir e integrar la fragilidad

            Pastoralmente hablando la Iglesia es comparada con la luz del faro luminoso de un puerto para los que navegan en medio de las tempestades de la vida. En la vida real “a menudo la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña”. Por una parte está el ideal magnífico del matrimonio cristiano. Pero “tras formas de unión contradicen radicalmente este ideal”. Pero igualmente sin excluir las que lo realizan de un modo parcial y análogo. En este contexto complejo de pastoral matrimonial el Papa propone una pastoral graduada teniendo en cuenta las situaciones concretas de cada pareja que no responden plenamente al ideal cristiano del matrimonio. “Porque a los pastores compete no sólo la promoción del matrimonio cristiano, sino también el discernimiento pastoral de las situaciones de tantas personas que ya no viven esta realidad”.
            No se trata de comulgar con ruedas de molino como si todos los matrimonios fueran iguales, sino de acoger a las personas y acompañarlas con paciencia y delicadeza. “Esto es lo que hizo Jesús con la samaritana: dirigió una palabra a su deseo de amor verdadero, para liberarla de todo lo que oscurecía su vida y conducirla a la alegría plena del Evangelio”. En este sentido recuerda el Papa Francisco palabras de san Juan Pablo II hablando de la ley de gradualidad con la conciencia según la cual los seres humanos realizamos el bien moral “según etapas de crecimiento”.  Criterio que se ha de aplicar pastoralmente a los asuntos del matrimonio y la familia. El presente capítulo está desarrollado en tres apartados pastoralmente troncales de los cuales cabe destacar algunos aspectos muy sensibles humana y pastoralmente hablando.
           
            1) Discernimiento de las situaciones llamadas “irregulares”
           
Así de claro para empezar, nn. 296-297: “El Sínodo se ha referido a distintas situaciones de fragilidad o imperfección. Al respecto, quiero recordar aquí algo que he querido plantear con claridad a toda la Iglesia para que no equivoquemos el camino: «Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar [...] El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración [...] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero [...] Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita». Entonces, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición»… Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren”.
            Pero sin confundir churras con merinas. No es lo mismo ocho que ochenta, una situación matrimonial irregular y otra normal ajustada al ideal cristiano del matrimonio: “Obviamente, si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad (cf. Mt 18,17). Necesita volver a escuchar el anuncio del Evangelio y la invitación a la conversión”. Lo que cambia no es el ideal cristiano del matrimonio y la familia sino “el modo de tratar las llamadas situaciones irregulares” de acuerdo con los cánones de la comprensión y la misericordia, tratando de  extinguir o al menos mitigar el fuego de los problemas matrimoniales.
            Recomiendo la lectura detenida de los números 298-300 donde el Pontífice describe situaciones matrimoniales en conflicto con el ideal de matrimonio propuesto en el Evangelio, y que tanto las personas que se encuentran en alguna de esas situaciones como los agentes de pastoral sabios y caritativos identificarán sin dificultad. Por ejemplo, divorciados y en nueva unión consolidada en el tiempo; los que se esforzaron por salvar su matrimonio sin resultados positivos por diversos motivos, incluida la convicción de que el primer matrimonio fue inválido; o nuevas uniones que tienen lugar inmediatamente a raíz de una separación o un divorcio.
            Sin olvidar los problemas de identidad de personalidad entre las partes derivados de desajustes sexuales y leyes sociales en vigor hostiles al ideal del matrimonio cristiano. Pero, una vez más, el Pontífice quiere que no queden dudas sobre el significado auténtico de la comprensión acerca de las debilidades humanas matrimoniales y de la acogida caritativa que la Iglesia debe dispensar a esas personas más frágiles y en dificultad. Textualmente: “Debe quedar claro que este no es el ideal que el Evangelio propone para el matrimonio y la familia. Los Padres sinodales han expresado que el discernimiento de los pastores siempre debe hacerse «distinguiendo adecuadamente», con una mirada que «discierna bien las situaciones». Sabemos que no existen «recetas sencillas».
            El documento papal insiste en que el discernimiento de las múltiples situaciones matrimoniales irregulares con comprensión y caridad es la actitud pastoral adecuada en estos casos, tratando de ayudar a las partes en conflicto con caridad, tiempo y paciencia a esas personas para que no se sientan excluidas de la Iglesia, sino que en ella encuentren la solución de sus problemas matrimoniales hasta donde ello sea posible sin pedir peras al olmo.
            Por otra parte, no los sacerdotes en su trato pastoral ni estas personas en situación irregular tienen derecho a imponer “sus deseos por encima del bien común de la Iglesia”. No es de recibo que un matrimonio “irregular” pretenda equipararse dentro de la Iglesia a un matrimonio que se ajusta en lo esencial al ideal cristiano del matrimonio aunque en la práctica no lo pueda llevar a su plenitud. La madurez moral de las personas no es automática sino que se llega a ella de una forma graduada. No se puede hablar de una buena pastoral sin tener en cuenta los errores y equivocaciones en que, con culpa o sin ella, nos vemos envueltos todos los seres humanos. “Ya santo Tomás, dice el Papa, reconocía que alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no poder ejercitar bien algunas virtudes”.

            2) Normas y discernimiento
           
            Llegados al nº 304, el Pontífice se agarra a la mano de santo Tomás (I-II, q. 94, a. 4) y dice literalmente: “Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano. Ruego encarecidamente que recordemos siempre algo que enseña santo Tomás de Aquino, y que aprendamos a incorporarlo en el discernimiento pastoral: «Aunque en los principios generales haya necesidad, cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay [...] En el ámbito de la acción, la verdad o la rectitud práctica no son lo mismo en todas las aplicaciones particulares, sino solamente en los principios generales; y en aquellos para los cuales la rectitud es idéntica en las propias acciones, esta no es igualmente conocida por todos [...] Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación».
            Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares. Al mismo tiempo, hay que decir que, precisamente por esa razón, aquello que forma parte de un discernimiento práctico ante una situación particular no puede ser elevado a la categoría de una norma. Ello no sólo daría lugar a una casuística insoportable, sino que pondría en riesgo los valores que se deben preservar con especial cuidado”. Al final haré alguna reflexión sobre la importancia pastoral de este texto se santo Tomas y que muchos moralistas y agentes de pastoral parecen desconocer o no saber valorar.
            No, en todas las vicisitudes de la vida matrimonial y familiar, por irregulares que puedan parecer, ha de prevalecer pastoralmente la via caritatis. A este respecto, recordemos el número 306: ”En cualquier circunstancia, ante quienes tengan dificultades para vivir plenamente la ley divina, debe resonar la invitación a recorrer la via caritatis. La caridad fraterna es la primera ley de los cristianos (cf. Jn 15,12; Ga 5,14). No olvidemos la promesa de las Escrituras: «Mantened un amor intenso entre vosotros, porque el amor tapa multitud de pecados» (1 P 4,8); «expía tus pecados con limosnas, y tus delitos socorriendo los pobres» (Dn 4,24). «El agua apaga el fuego ardiente y la limosna perdona los pecados» (Si 3,30). Es también lo que enseña san Agustín: «Así como, en peligro de incendio, correríamos a buscar agua para apagarlo [...] del mismo modo, si de nuestra paja surgiera la llama del pecado, y por eso nos turbamos, cuando se nos ofrezca la ocasión de una obra llena de misericordia, alegrémonos de ella como si fuera una fuente que se nos ofrezca en la que podamos sofocar el incendio».

            3) La lógica de la misericordia pastoral

            Pero hay que tener cuidado para no falsear el ideal supremo del matrimonio cristiano con el pretexto de resolver a la carta sus problemas. “Para evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza: «Es preciso alentar a los jóvenes bautizados a no dudar ante la riqueza que el sacramento del matrimonio procura a sus proyectos de amor, con la fuerza del sostén que reciben de la gracia de Cristo y de la posibilidad de participar plenamente en la vida de la Iglesia». La tibieza, cualquier forma de relativismo, o un excesivo respeto a la hora de proponerlo, serían una falta de fidelidad al Evangelio y también una falta de amor de la Iglesia hacia los mismos jóvenes. Comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano. Hoy, más importante que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los matrimonios y así prevenir las rupturas”.
            A los matrimonios con problemas serios de identidad con el ideal cristiano hay que tratarlos pastoralmente con la misericordia, paciencia y ternura de una buena madre espiritual como debe ser la Iglesia. Refiriéndose a los agentes pastorales rigoristas e impacientes como aquellos de la parábola del trigo y la cizaña, el Pontífice dice lo siguiente: “Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, «no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino».
            Los pastores de la Iglesia, que proponen a los fieles el ideal pleno del Evangelio y la doctrina de la Iglesia, deben ayudarles al mismo tiempo a asumir la lógica de la compasión con los frágiles y a evitar persecuciones o juicios demasiado duros o impacientes. El mismo Evangelio nos recuerda que no juzguemos ni condenemos (cf. Mt 7,1; Lc 6,37). Jesús «espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente».
            Los buenos pastores cristianos no excluyen de sus cuidados a ninguna de sus ovejas. El pastor bueno, según la parábola, lo es de las cien ovejas y no de noventa y nueve. Más aún. No se trata de una proposición romántica sino de hacer llegar de forma realista y caritativa la misericordia de Dios a quienes más necesiten de ella, como son muchas veces los que viven su vida matrimonial de forma irregular e imperfecta.
            El Papa insiste sin descaso en que establecer como criterio pastoral preferencial la misericordia de Dios para todos, incluidos los agentes pastorales, no es una proposición idealista y romántica: “No es una propuesta romántica o una respuesta débil ante el amor de Dios, que siempre quiere promover a las personas, ya que «la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia». Es verdad que a veces «nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.
            El Papa concluye el capítulo octavo de su pastoral documento aconsejando a los profesionales de la teología moral que destaquen y presenten los valores superiores del Evangelio dando el primado de toda conducta cristiana a la caridad expresada en gestos reales de misericordia. Cuando se habla de los temas más delicados de las personas unidas en matrimonio hay que evitar la moral fría de escritorio, escuchar con afecto y serenidad a las partes en conflicto y tratar de encontrar alguna vía de acceso a la conversión para seguir caminando hacia las metas superiores del matrimonio cristiano, aunque sea cojeando y tropezando por el camino. El capítulo noveno y último es un pequeño tratado de espiritualidad cristiana del matrimonio, que tanto las parejas normales como aquellas otras que se encuentren en situaciones irregulares, pero de buena voluntad, podrán leer con placer y provecho.

9. Reflexiones finales

            Para terminar este breve comentario me parece oportuno hacer las siguientes observaciones. El Papa Francisco ha hecho suyas las conclusiones finales de los dos últimos sínodos de obispos sobre la familia, las ha formateado a su imagen y semejanza, y las ha reforzado con citas muy sustanciosas de la Sagrada Escritura, del Magisterio de sus inmediatos predecesores en la Cátedra de Pedro, de santo Tomas de Aquino y san Agustín. También ha tenido en cuenta a autores foráneos a la teología propiamente dicha.
            A todo esto ha sumado su larga e interesante experiencia pastoral con referencias constantes a los textos en los que reaparece su catequesis pastoral desde que accedió al solio pontificio. Son textos  que pastoralmente sorprendieron mucho y para bien. En todo momento el lector del texto puede apreciar las lindes entre lo que es Magisterio de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia, las conclusiones sinodales y su propia aportación personal, que es mucha, realista y bien anclada en la caridad y misericordia divina manifestada en Jesucristo, que vino a salvar a todos los hombres, incluidos los débiles y pecadores, y no a condenarlos. Este gesto teológico es el que debe reflejarse siempre en el trabajo pastoral con los matrimonios rotos o que se encuentran en situaciones irregulares por relación al proyecto divino original.
            Hablando de esas situaciones “irregulares” me hubiera gustado una descripción de las mismas más clara y minuciosa, si bien, para el buen entendedor, la presentación de las mismas y los criterios pastorales recomendados para afrontarlas, la descripción hecha es ella suficiente. En cualquier caso, las situaciones “irregulares” no pueden equipararse nunca a las situaciones matrimoniales de normalidad según el proyecto divino de matrimonio. 
            Siempre que surge el problema de la sexualidad, el Pontífice cuida mucho de no dejar rastro ni reliquia de la moral maniquea, o de doble moral acerca de la sexualidad matrimonial.
            Me ha causado particular satisfacción la aplicación que hace el Papa del artículo 4 de la I-II, q. 94 a los problemas concretos de la vida conyugal y familiar. Esta satisfacción se explica porque cuando yo trataba de proyectar algo de luz sobre los grandes problemas de la bioética reproductiva, encontré en ese mismo texto de Tomás de Aquino la regla realista y pastoralmente prudente que yo buscaba.
            Resulta interesante la sinceridad con la que se reconoce la falta de formación adecuada de muchos sacerdotes y otros agentes pastorales en el trato actual de los problemas matrimoniales y familiares. Conocemos la falta de tacto y de caridad que suele predominar entre algunos grupos eclesiales dedicados a este ministerio, y cabe esperar que tomarán ellos nota de esta denuncia de los obispos sinodales con el Papa a la cabeza. Por último, dos palabras acerca de la clamorosa entrevista del gran filósofo católico alemán Robert Spaemann concedida a la Catholic News Agency.
            Spaemann sostuvo que el párrafo 305 de “Amoris laetitia” y la nota 351 son incompatibles con el número 84 de “Familiaris consortio”. Este ilustre filósofo católico alemán, cercanísimo a san Juan Pablo II y amigo de Benedicto XVI, sostuvo que Francisco ha roto con la doctrina del propio san Juan Pablo II expresada en las encíclicas Veritatis splendor y Familiaris consortio. Más aún. Robert Spaemann insinuó que Francisco no acoge la condena a la ética de situación realizada por san Juan Pablo II en “Veritatis splendor” y que se inscribe en una corriente jesuítica situacionista que proviene del siglo XVII. Así mismo declaró que el Papa con este documento abre la puerta a un cisma.
            La respuesta a esta sorprendente acusación del venerable y admirado Spaemann no se hizo esperar y fue del también ilustre filósofo católico mejicano, Rodrigo Guerra. Ambos han colaborado muy de cerca en grandes proyectos de la Santa Sede, por ejemplo, en la Pontificia Academia para la Vida. Ambos son laicos y esto reviste un interés particular.
            Rodrigo Guerra le recordó a su venerable colega algunos pasajes del texto papal en los cuales esas acusaciones se deshacen como bollas de nieve  iluminadas por el sol. Y todo ello haciendo uso de la caridad y respeto personal aconsejado por Francisco para tratar pastoralmente los problemas del matrimonio y la familia. Yo añadiría un dato nada baladí. El admirado filósofo católico Robert Spaemann se encuentra ya pisando con un pié en los 90 años de edad y ello podría explicar en parte su dificultad para entender adecuadamente el estilo pastoral preferencial recomendado por el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica que hemos comentado.